Lo del Deportivo

Bien está lo que bien acaba: después del órdago del propietario del club, de movilizaciones sociales, de gestiones políticas y de respuesta empresarial no habrá que lamentar la mudanza del Club Deportivo Alcoyano a La Nucía. Enhorabuena a los premiados. A los aficionados, me refiero, que no se verán obligados a desplazarse a la Ciudad Deportiva Camilo Cano para apoyar a su equipo.

No me atrevería a juzgar los hechos. No conozco los entresijos, aunque se intuye a la legua que, al final, el dueño del club buscaba lo que ha conseguido: lanzar un órdago (bastante serio) en busca de reacciones. Quería que Alcoy (en el más amplio sentido de la palabra) arrimase el hombro (y para que negarlo, también el billetero) en pro de la causa deportiva, como sostiene que se le había prometido. Y, a la postre, se ha llevado el gato al agua. Así que, para satisfacción de la mayoría, seguirá habiendo forofos y buen ambiente en ‘El Collao Gestaser’. Lo contrario era un sinsentido. Una locura.

Mi más sincero agradecimiento a quien haya contribuido a levantar el matchball para que el CD Alcoyano siga vinculado a Alcoy. Cuando los comentaristas deportivos nacionales aludan al tópico merecidísimo de ‘la moral’, los ingresos (figurados) en concepto de copyright se quedarán en casa, y no en el 03530 (el código postal nuciero).

Ahora bien, duele comprobar una vez más la tardanza, la desidia o el desinterés en todo aquello que, de algún modo, importa. Sobre todo, cuando eso ocurre de manera consciente. Cuando se sabe de antemano que el asunto en cuestión importa y, pese a todo, no se actúa hasta que se le ven las orejas al lobo. Con el riesgo, claro, de que, cuando se quiere reaccionar, suele ser demasiado tarde.

Lo del Deportivo no ha sido más que un síntoma de lo que sucede con casi todo. Muchas veces, el fumador no deja el hábito hasta que nota los efectos de su enfermedad (el tabaquismo). Por lo general, no se comienza a planificar la regeneración de un barrio hasta que sus casas empiezan a derruirse. Y en demasiadas ocasiones, no se lanzan programas para mejorar la formación y retener el talento hasta que se comprueba que las generaciones más jóvenes se han mudado en busca de un futuro mejor.

No se trata de buscar culpables, si no de evitar que el ciclo ‘problema-solución in extremis’ vuelva a repetirse. Esta vez se ha podido corregir a tiempo. Veremos qué será lo próximo si entre todos no empujamos para que haya un cambio de mentalidad global. ¿Apostamos a adivinar el próximo trance, o intervenimos?

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