La quimera del urbanismo expansivo
La historia del urbanismo es apasionante, está ligada al crecimiento de las ciudades y a las necesidades de viviendas que acompañan a toda vida humana individual y colectiva. El barón Haussmann (1809-1891) realizó el proceso de transformación urbana de París por encargo de Napoleón III, fechado el 22 de junio de 1852. El estudio de la transformación urbana de París está repleto de luces y sombras. Por ejemplo, Haussmann, fue apodado como el “Atila de la expropiación” por el uso, y en algunas ocasiones, “abuso” de las facultades expropiatorias de la administración francesa, que él utilizó sin miramientos. París ganó grandes y amplias avenidas, pero perdió entrañables calles medievales. El agudo ingeniero Ildefonso Cerdá calificó el urbanismo de Haussmann de higienista, sólo de “puertas para afuera”, pues detectó numerosos puntos oscuros en sus planteamientos. Cerdá era un hombre muy pragmático y tenía muy arraigados en su interior los conceptos sociales de rectitud, justicia social y mejora de las condiciones de vida de toda la población.
Podríamos seguir hablando de otros ilustres urbanistas; de Arturo Soria; de nuestro paisano César Cort… y otros muchos. Es muy interesante estudiar el urbanismo de cada época, contextualizándolo, desde el punto de vista de la situación económica del momento: época expansiva o época decadente. Un urbanismo compacto en una época económica expansiva no procede, generaría mucha escasez de viviendas. Pero, un urbanismo expansivo en una época económica regresiva, procede menos; pues, provoca viviendas vacías, iniciativas urbanizadoras interrumpidas e inconclusas, así como malgasto de recursos económicos privados y públicos.
El urbanismo expansivo provoca crecimiento en las periferias de las ciudades y abandono de los centros históricos. Lo que se denomina en el lenguaje coloquial “efecto donut”; todo hacia la periferia y el centro de las ciudades abandonado y vacío. Un ejemplo local de un urbanismo expansivo, en un tiempo económico inadecuado, por regresivo y decadente, lo podemos ver en Alcoy, simplemente, paseando por la zona de Serelles. Allí se pueden ver farolas, aceras, calles solitarias, casas inacabadas y vacías, con su construcción bruscamente interrumpida; afeando el paisaje. Hasta los pajaritos pian y trinan quejándose de que les hemos alterado injustificadamente su hábitat. Esperemos que este sea el último ejemplo de un sueño urbanístico expansivo e innecesario, y no aparezcan otros en nuestro término municipal.
JORGE DOMÉNECH ROMÁ. Exprofesor de la Universidad de Alicante y escritor