El “dandy” del deporte local
A sus 73 años y un marcapasos en su corazón, Miguel Peidro sigue alimentando una carrera única labrada durante más de cinco décadas en activo
Visitar su perfil en redes sociales invita a pensar que no es posible que una persona que supere las siete décadas de vida, igual se le vea completando su enésima Pujada a la Font Roja hace dos semanas, participando en el Trail Penya del Frare el pasado domingo o ascendiendo el Benicadell un día antes de tomar el avión rumbo a Japón, donde su obra pictórica goza de un enorme prestigio, como demuestra que el alcalde de Izumisano (Osaka), le recibió con honores, entregándole un banderín y un cuadro conmemorativo de su visita.
Así es Miguel Peidro, que ahora cuenta con 73 años, un adelantado a su tiempo en muchas facetas del deporte, que a lo largo de más de cinco décadas ha edificado una trayectoria única, pese a los muchos contratiempos que se ha visto obligado a superar. El primero, cuando practicaba natación como adolescente. A la ausencia de una instalación climatizada se sumaron las promesas incumplidas de los políticos de la época, que prometieron a su colectivo la construcción de una nueva piscina tras caerse la cubierta del antiguo pabellón del polideportivo Francisco Laporta a raíz de la fuerte nevada de 1980.
Aquel capítulo empujó al joven Miguel Peidro a empezar a correr y pocos años más tarde, con el boom del triatlón, a encontrar su sitio dentro del deporte combinando la natación con el correr y la bicicleta. Fueron años de exprimir el cuerpo y de encontrar recompensa a modo de buenos resultados, hasta que un atropello de coche mientras entrenaba le rompió el fémur en mil pedazos. Tuvo que pasar por el quirófano para recomponer aquella parte del cuerpo con una operación compleja a base de tornillos y placas.
Tampoco aquella desgracia apartó a Miguel Peidro, ya padre de familia, de la actividad física. Ni siquiera los comentarios que escuchaba de aquellos que, pasados la treintena, le decían que hacer deporte con casi cuarenta años “es falta de faena”. Hasta algún familiar médico le alertaba que no era nada saludable toda aquella “tralla” de kilómetros que se hacía a diario. Ante la imposibilidad de seguir calzándose unas zapatillas para evitar el impacto con el asfalto, decidió regresar a sus orígenes y junto con su inseparable Javier Ferre, volvió al agua.
De nuevo volvió a salir a flote ese competidor que llevaba dentro con eternos entrenamientos en Olympia con el propósito de clasificarse para los Nacionales de veteranos de natación. No fue una edición, fueron muchas, no recuerda cuántas en total, pero sí los logros. Su prueba fetiche era la braza, en diferentes distancias, colgándose tres oros y dos bronces. Hasta se permitió el lujo de disputar un Europeo, campeonato al que solo se puede ir acreditando una marca mínima. Fue en Palma de Mallorca, su ilusión era conseguir un diploma en los 100m libres, pero los nervios del momento, sumado al idioma, ya que por megafonía solo se escuchaba una voz en inglés, hizo que saliera con unos segundos de retraso que luego fueron decisivos y le relegaron hasta las posición veintiuna.
Por entonces a ambos ya les rondaba una idea y era cruzar el Estrecho de Gibraltar. Algo que consiguieron en el verano de 2006, completando la travesía en 6 horas y 27 minutos, más de dos horas por encima del tiempo que pensaban emplear por las corrientes que les arrastraban debido a la mala mar de ese día. “Estuvimos tentados de cruzar el Canal de la Mancha, pero económicamente la travesía se disparaba, también necesitabas una preparación más específica debido a que el agua está a una temperatura muy fría”, recuerda.
No solo desistieron del intento, también toda la preparación para cruzar el Estrecho de Gibraltar acabó pasando factura, hasta el punto que decidió colgar el bañador definitivamente. “Fue agotador mental y físicamente. Hacíamos sesiones dobles: 2.500 metros de nadar por la mañana y otros 2.500 metros por la tarde. Así un día tras otro. La natación es un deporte muy exigente a nivel psicológico porque eres tú y una calle a la que te enfrentas. Salir a correr es diferente, subes, bajas, quedas con gente, haces asfalto o vas por la montaña. A mi ponerme las zapatillas me da la vida cada vez que salgo”, confiesa.
El primer día que volvió a correr tras dejar la natación supo que aquello no tenía marcha atrás. Más si cabe cuando hizo la primera carrera, que fue una San Silvestre. “Recuerdo que mis primeros días de salir a correr fueron con una cojera notable”, admite. Su carrera deportiva ha estado marcada de varios avisos, el último y el más complejo de todos a punto ha estado de llevarle al abandono.
“Siempre dije que cuando viera la ambulancia detrás mío en una carrera, dejaba de correr. Ese momento me llegó en la reciente Pujada a la Font Roja, donde acabé último”, desvela Miguel Peidro. Es algo que ya sabía de antemano porque desde hace unos meses debe controlar las pulsaciones y no pasar de las 130. Todo a raíz del episodio que le sucedió el verano pasado, durante una etapa de la Transpirenaica por el GR11 que desde hace unos años trata de completar junto a unos compañeros. Son en total 880 kilómetros que va acumulando año a año en tramos de cuatro o cinco días de caminar, muchas veces a más de 3.000 metros de altitud. A poco del final de una etapa notó una presión en el pecho, que luego se repitió a su regreso cuando quiso volver a correr. Fue al médico, que le detectó una cardiopatía y el siguiente paso fue ponerle un marcapasos.
“Físicamente me encuentro bien, pero me tengo que tomar el deporte de otra manera. Lo que no quiero es arrojar la toalla, algo que no va conmigo, porque para mi el deporte es el motor de mi vida”, reconoce. Mientras tanto, no para de hacer planes a corto, medio e incluso a largo plazo, entre los que están hacer la Transilicitana de 100km del año próximo. Para él lo que cuenta es la actitud, la misma que le llevó a labrarse su propio personaje, a veces mal interpretado, por querer llevar siempre lo último del mercado. “Muchos no les gustaba, me llamaban el pijo, ahora ya está más normalizado. Recuerdo cuando todos corrían con las míticas Paredes y yo me gasté 21.000 pesetas de entonces en comprarme las primeras Acis Gel de la ciudad”. Genio y figura.