La realidad y la verdad, en cuatro entregas

Una vez pasadas las Navidades y el tiempo de fiestas, comilonas, regalos, y ajetreo, parece que te apetece un poco de tranquilidad y de reflexión, de –en suma– tomar conciencia de donde está uno, qué está pasando alrededor de nosotros, y cómo se presenta el futuro, al menos hasta el verano…

Retomando nuestra diaria rutina volvemos a saber de nuestros gobernantes, de nuestros apuros para terminar el mes, de las andanzas de nuestro equipo favorito… Intentamos distraernos con alguna que otra serie, escuchando música, paseando, leyendo lo que va cayendo en nuestras manos, tomando un café con los amigos, echando unos cotos… Vida de jubilado, en definitiva.

Por ello mismo, retomamos esa sensación que nunca nos abandona, que la cosa no acaba de mejorar con la celeridad que sería de menester, y yo soy de los que piensa que con este Gobierno las cosas van saliendo, van mejorando en unos aspectos mientras se siguen estancando en otros. Los hemos sufrido de peores, mucho peores.

Comento con mis amigos que el que haya habido una inflación desbocada, o que los precios sigan a ritmo de F1, no es culpa del Gobierno, sino de tantos y tantos sinvergüenzas que, con la excusa de la guerra, de la subida de la energía, y de los combustibles, se han aplicado al deporte que más les gusta: mantener los beneficios sin rubor, sabiendo de sobra –como saben– que los motivos antes expuestos son solo eso, una vulgar y aceptada excusa. Las empresas energéticas siguen ganando millones a porrillo, las cadenas de supermercados de cabecera, también, y los bancos no sienten la llamada crisis. Cabalgan a lomos de ella.

Sigo observando que hay temas que son primordiales, como la Sanidad, que sigue luchando a brazo partido contra pandemias y enfermedades y, además, con unas carencias y limitaciones cada vez más ostensibles y que no debieran existir. Sigo contemplando con estupor la merienda de negros que se llevan entre manos unos medios de comunicación que, lejos de hacer el trabajo que les corresponde, siguen currando para el beneficio y el interés de quienes les pagan, despreciando grotescamente el derecho de la sociedad a ser informada y tratada con rigor y con decencia.

Con esta ya merecida tranquilidad, podemos observar desde nuestro propio lugar, que no es otro que el de sencillo ciudadano, que nada cambia, que los modos, las maneras, y los vicios de tantos y tantos años, siguen campando a sus anchas, y que la calidad de nuestra democracia sigue en los niveles de siempre, bajos.

Una democracia lastrada por un sistema, por unas instituciones impuestas y para mayor gloria de los de siempre, con modos y vicios de antaño, donde prima el clientelismo, el amiguismo, los apellidos de presunto abolengo, y el nepotism. Esa es su España.

De democracia, poco. De representativa, menos. Poseedora, como dice la Constitución, de tres Poderes para gestionar el Estado, parece que no hay nada de ello.

La España que todos queremos y conocemos es la de siempre, la de los ciudadanos (siempre ha habido de dos clases, como ahora), la de nuestras tradiciones (muchas, y muchas de ellas, excelentes), la de nuestra gastronomía (insuperable), la de nuestra riqueza territorial, marítima, patrimonial, geográfica, histórica… La de nuestro genuino carácter, el de un pueblo con infinita buena fe, y en general, constituyendo un pueblo amable, trabajador, sencillo, solidario, y receptivo…

Pienso que una España nueva, moderna y democrática, es posible. Pero reconozco que demasiado lejana, visto el retraso que llevamos, y el poco interés que se está poniendo en ello. NO LES INTERESA a demasiados.

El tema es de gran envergadura, pues hablamos de todo un país con su sociedad dentro, una sociedad que ha sido robada, engañada, despreciada, y mantenida en estado de complacencia, en gran parte, por los medios de comunicación, y sobre todo, por la desfachatez de un tejido político que no busca el bienestar de sus compatriotas, sino su propio interés y beneficio personal.

Uno tiene sus defectos, como es de rigor, y de entre todos ellos puedo decir que el menos nocivo es el de leer. Cualquier libro que caiga en nuestras manos es conveniente, es un tesoro, y tengo mis autores preferidos, muchos, aunque no viene al caso enumerarlos.

Pero me siento aún más afortunado por haber podido leer cuatro libros –en concreto– que han tenido la particularidad de situarme –correcta y fidedignamente– en el lugar que ocupo en la sociedad de este país, en la realidad del mismo, y en la satisfacción de poder saber con seguridad, que me engañan (que nos engañan) continuamente… Son libros que pienso que deberían ser de lectura obligada ya cuando los españolitos llegamos a la tierna edad de empezar a comprender las cosas, las situaciones, y la realidad.

‘No estamos locos’ de El Gran Wyoming… ‘Vivo como hablo’ del irrepetible político y maestro Julio Anguita, ‘El país en la cartera’ del juez Joaquim Bosch… y ‘No quieren que lo sepas’ del periodista Jesús Cintora… Conozco algunos más, tan interesantes y recomendables como éstos, pero hay muchas cosas en la vida, tanto o más prioritarias, que el ansia de conocer y de saber.

El ser español, y saber lo que pasa en nuestro país, conocer todo lo que se mueve y maneja a nuestro alrededor, y las consecuencias de todo ello, debería ser una de nuestras mayores aspiraciones.

Siempre he pensado que a los españoles de la España que quieren vendernos, a diferencia de los españoles de la España real, nunca se nos ha permitido subirnos los pantalones. Que desde siempre hemos vivido con ellos por los tobillos, y eso es algo a lo que se han aplicado los que han vivido, viven, y quieren seguir viviendo a nuestra costa, los que se reparten el país, las riquezas, y los beneficios. Un pueblo con los pantalones bien puestos, en su sitio, no les hubiera permitido, y eso les aterra, llevárselo crudo dejando las migajas para la inmensa mayoría de la sociedad española.

En estos cuatro libros se nos explica todo de manera tan clara y veraz, que un servidor –sencillo, humilde, e irrelevante donde los haya– está convencido de que no debemos dejar de leerlos. La riqueza ya la habremos adquirido, y después, que cada cual decida en consecuencia…

Tenerlos, y leerlos, no va a cambiar la situación, pero al menos sabremos la verdad, tendremos conciencia de qué es lo que debiéramos reclamar, y eso es algo de lo que se nos ha privado siempre. El sistema (con los partidos que ya sabemos, al mando), y los poderes ajenos a lo que es una verdadera democracia, han hecho bien su trabajo. Y siguen brindando a nuestra salud…

Vivimos en un mundo que tiene sus parámetros (demasiados y para demasiados seres humanos), y no hay otra que seguir caminando por la vida. Cuando en un momento dado te topas con un muro, con uno de esos parámetros, te das la vuelta, y sigues tu vida en otra dirección. Como todos.

Pero puedes darte la vuelta y seguir, sin más, o puedes seguir la nueva senda mientras piensas: ¿Qué habrá detrás de ese muro? ¿Por qué no quieren que lo vea o lo sepa? Y eso, a veces, es más terrible que no poder seguir por culpa del mencionado muro.

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