Robar a la naturaleza (algo que me contó mi vecino)
Desde que mi esposa falleció y luego con esta situación del virus “invasor” me he quedado confinado en este pequeño apartamento que es mi casa. Sólo dispongo de dos habitaciones, un baño, una cocina comedor con buenos ventanales, de ahí puedo espiar la calle, con su multitud de coches, furgonetas de reparto domiciliario, y poco más. Por la tarde noche algunos vecinos sacan a sus mascotas de paseo y aprovechan para tomar el aire, el fresquito más bien, porque durante el día la calor es horrorosa. Solemos llegar en pleno día a los cuarenta grados, que en este pueblo a más de setecientos metros de altura sobre el nivel del mar, ya es mucho.
Tengo también un balcón terraza, pequeño pero las plantas que he llegado a concentrar me dan la sensación de estar un poco en plena naturaleza y claro me pongo en los atardeceres a regar las plantas, los maceteros con unos hermosos geranios, rosales y demás, que yo creo que apenas crecen de tanto como las observo Les abran entrado “mal de ojo” como decía mi abuela. Y de aquel tiempo surgen recuerdos de una gran solidaridad entre los vecinos. Todos sabían todo de todos y se ofrecían para ayudar en lo que podían. Mi cuñado superó el paludismo por la solidaridad del vecindario.
Me paro un poco antes de salir al balcón y terminar mi riego. Observaba los juegos olímpicos de Japón hasta que terminaban. Veo la actuación musical de unas niñas practicando gimnasia rítmica, con un lazo, Israel será la preferida, luego las rusas, la italiana. Y las miro, ¡son niñas!
¡Qué hermosura! Y me siento muy contenta, porque me importa un rábano la nacionalidad de esas muchachas porque pienso, que las competiciones que nos hacen ser más fuertes y perfectos en nuestra disposición tanto física como mental, tiene que ser por esos medios y que las armas, en fin, lo que mata y destruye, las debemos enterrar.
Perdida en mis elucubraciones, oigo el ruido de la sirena de una ambulancia que ha venido a recoger a una vecina, una mujer anciana que está viviendo sus últimos momentos. Y no puedo evitar que todas esas cosas tanto positivas que me llenan de esperanza de futuro para las nuevas generaciones, como ese fin, que está cada día más cercano, me hunde en el desencanto y la angustia.