El nuevo edificio de Aitex nos reencuentra con la arquitectura

Desde que la burguesía alcoyana se gastó el dinero exteriorizando su posición y poder económico en las fachadas de sus casas modernistas, que la arquitectura en Alcoy se fue de vacaciones o a la vendimia, dejándonos el páramo ruborizante de Santa Rosa, Zona Nord o las 672 viviendas de Caramanchel. El “regolet roig caravista” ha rebozado nuestras calles y barrios mientras en el centro se caían los edificios a trozos y se intentaba salvar alguna fachada. No hemos tenido suerte en la arquitectura. Y no es un reproche a los arquitectos sino a quienes no se quisieron gastar dinero en algo que no es rentable en beneficios directos y rápidos. Ni se han gastado dinero en edificios residenciales ni en los industriales, salvo honrosas excepciones. Los que gastaron algo lo hicieron en sus segundas residencias, escondidas y disimuladas ante los ojos envidiosos con setos, cipreses y arbolado.

Mi generación, la de los jubilados, no hemos visto construir en Alcoy edificios de los que sentirnos orgullosos. Demolerlos sí. En 1980 se levantó el edificio Plaza como único intento tímido de recordarnos que algo diferente era posible. El despegue urbanista del sanusismo, pese a la proliferación de obras, no trajo ningún edificio nuevo, salvo en 1995 el de la Llotja de Calatrava, que no cuenta por estar enterrado y tener goteras. Sería injusto no reconocer que sin revalorizar, disimulados, se han construido algunos edificios de viviendas diferentes, pero ya está.

El último gran edificio construido en Alcoy con solera y sin regatear presupuesto para la fachada, fue el de Papeleras Reunidas, la del Bambú, construido en 1930, que ha albergado, desde 1985, al Instituto Textil (AITEX), un empeño del entonces alcalde, Josep Sanus, pese a las dudas de muchos. El mismo AITEX que nos reencuentra y reconcilia ahora con la arquitectura de su nueva sede, que es motivo de comentario por cuantos desfilan ante las obras que se llevan a cabo a la salida de Batoi en dirección a Banyeres. No se trata de un derroche pero al menos tenemos en construcción un edificio contemporáneo, que nos aleja ya del monotema del modernismo y el hormigón del Pont de Sant Jordi, fotocopiado por todo Alcoy.

No podemos olvidar que AITEX perfectamente podría haber recurrido al original diseño de la caja de zapatos, que tanto se lleva por nuestros polígonos industriales, pero sin embargo optó, bajo la presidencia de Rafael Pascual, por arriesgar y convocar un concurso internacional que ganó una firma con sede en Zurich (Suiza) pero con algo de adn español: el estudio Kubota Bachamann Architects. Un presupuesto de 30 millones de euros no pasa desapercibido.

Hoy, los jubilados, permítanme la falacia del tópico, tienen una obra que realmente vale la pena visitar y seguir. Frente a tanta zanja y cambio de pavimento, aquí tenemos una obra de las que vale la pena. En nombre de los jubilados, gracias AITEX.

El tándem de León Grau en la presidencia y Vicente Blanes en la dirección general, están conduciendo actualmente este magno proyecto, el más importante desarrollado en Alcoy desde el sanusismo, por los caminos de la eficencia y el cumplimiento de los calendarios que permitirán la inauguración en los primeros meses de 2023, por cierto malas fechas, porque se les llenará de tunos electorales queriendo cantar la banda sonora.

Todavía estamos a tiempo para generar un catálogo de esos intentos que, desperdigados como oasis en el desierto, son edificios construidos en los últimos 80 años creyendo que la arquitectura podía ser hermosa.

¿CIUDAD DE FUNCIONARIOS?
Se quejan la oposición municipal, la Cámara, los sindicatos y los empresarios de la pérdida de peso industrial de Alcoy. Somos ya más una ciudad de servicios que de fábricas. Pero hay más, porque la economía de los servicios, en Alcoy, mayoritariamente, son de funcionarios. Esta semana nos han actualizado el dato de la superempresa alcoyana: 626 empleados tiene el Ayuntamiento. Y el ránking de los empleadores en nuestra ciudad son la sanidad pública (hospital y centros de salud), la educación (el campus de la Politécnica, colegios, institutos…) y AITEX. Preocupa la pérdida de peso industrial pero más el continuo crecimiento del número de funcionarios en relación al número de trabajadores de empresas privadas.

Lo bueno que tiene ser una ciudad de funcionarios es que ellos no tienen crisis, expedientes, cierres… y de ahí que sea imposible comer en un restaurante los fines de semana si no pides reserva previa o que los dos viernes de la Semana de los Arroces del Lolo llenaron el aforo un mes antes. Así que: ¡¡más funcionarios, por favor!! No le tengamos miedo a llenar la ciudad de organismos públicos que, además, pagan los alquileres puntualmente.

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