Una tortura en forma de carrera de orientación

Carlos Climent fue uno de los participantes en la primera The Bandit

Carlos Climent
Carlos Climent, a la izquierda, en un momento de la prueba.

Quien no conozca a Carlos Climent nunca diría que su gran pasión son los ultramaratones, pero no unos cualquiera, cuando más imposibles mejor. El año pasado, tras convertirse en ‘finisher’ de la The Spine Race, conocida como el Infierno Británico tras completar 420 km sobre un trazado con 13.000 metros de desnivel positivo en unas condiciones climatológicas extremas de lluvia, frío, viento y nieve, perjuró que sería la última vez.

Sin embargo, este profesional de la banca, que destacó como atleta de pista en carreras de velocidad, volvió a aparcar el traje y la corbata para calzarse las zapatillas y rescatar del armario todo el material técnico para embarcarse en una nueva aventura, la más radical de cuantas había participado hasta ahora.

Carlos Climent fue uno de los treinta y cinco participantes que la organización admitió para tomar parte en la primera The Bandit, inspirada en la Barkley Marathon, considerada como la carrera más dura del mundo. Sus números la avalan, en 31 años solo han sido finishers 18 personas.

Por delante una tortura de más de 150 kilómetros en autosuficiencia, en un circuito no señalizado por la sierra de Llaberia (Tarragona), con salida desde el pequeño pueblo de Capsanes como homenaje al guerrillero Pere Joan Barceló ‘Carrasclet’ (1682-1743), un soldado que se enfrentó a los Borbones en la guerra de Secesión. Después de la derrota catalana, fue perseguido por la justicia, escondiéndose en los profundos e infranqueables bosques de la sierra de Llaberia.

La inscripción era gratuita, únicamente a los participantes se les exigía aportar 10 kg de comida para el banco de alimentos y una bandera de la población de origen. Según describe el alcoyano, “la inscripción ya fue una aventura de por sí, había que descubrir un mail, hacer una redacción de las razones por las que quería participar y resolver varios acertijos, treinta y cinco fueron los elegidos, además de poseer un currículum y una experiencia en carreras de montaña”.

En carrera los participantes no podían llevar GPS ni otros utensilios de medida u orientación que no fuera una simple brújula. La organización facilitaba un mapa diferente para cada bucle o vuelta y un roadbook con una pequeña descripción de donde estaban situados los once libros que había que encontrar y a los que había que arrancar la página correspondiente al dorsal de cada corredor. Los móviles iban introducidos en un sobre de estanco que en caso de abrir o manipular significaba la eliminación automática.

La organización daba un máximo de nueve horas para completar cada bucle o vuelta. El primero en conseguirlo empleó una hora más. Solo tres corredores llegaron dentro de plazo, hubieron otros que estuvieron cerca del tiempo de corte, lo cierto es que nadie acabó y se estableció como récord para futuras ediciones de tres bucles o vueltas.

Sobre su experiencia, Carlos Climent explica que “junto a otros tres compañeros pudimos recoger los once libros. Aunque fue fuera de plazo, llegamos satisfechos por conseguir hacer el primer bucle con la dureza de la noche, con niebla, caminos que hacía lustros que nadie pasaba por allí, viéndonos obligados a abrir unos nuevos entre zarzas, ortigas y pasos con cadenas. Otros llegaron a tardar cinco horas en recoger el primer libro y dieciséis en poder conseguir seis. La complejidad y dureza ha sido máxima”. Como reza el texto de cada dorsal “You will not finish” (No terminarás). Y así fue.

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