Antes de emprender la rutina

Iba al pueblo para ver a mi tía. Solía hacerlo todos los años al final de las vacaciones y los posibles, aunque escasos días de playa, antes de empezar el curso escolar.

Paré el coche cerca de la vereda del río y vi a un grupo de personas hablando, más que con palabras con gestos, estaban en el entierro de un viejo campesino, oí sus comentarios, unos favorables y otros no tanto. Lo más chocante es que a un comentario favorable, añadían otros desfavorables o sea que había más gente que no lo apreciaba demasiado, que otra que lo estimara ¿sería por su carácter o por su dinero? Siempre se ha dicho que el peor de los defectos es la envidia, que a todos nos asiste, parece ser y a la que solemos añadir: “No, es una envidia sana”, bueno, no sé qué tiene que ver con la salud, pero es una expresión vieja como el tiempo, cuando exponemos una crítica, cuando alguien deja de pertenecer a esta doliente humanidad.

Yo me preguntaba si la vida se reducía a eso, comentarios a favor y en contra de cuanto hemos hecho y por supuesto, de lo que poseemos y si nada tenemos nos cubren con el desprecio. O sea la envidia o el desprecio, ¡vaya perspectiva!
De unos cuantos coches aparcados al lado de la verja del cementerio, bajaron unas personas de mediana edad y se llevaron a algunos viejos que habían asistido al entierro de su paisano y por supuesto esos coches llevarían a estos otros abuelos a la Residencia o Casa de reposo, sitio de donde sólo salían en caso de defunciones o para ir al hospital. Así se lo comentaba a una amiga añadiendo que son sitios tristes donde se ve el fin de la vida acelerarse con melancolía.

– Sí, así es y unos delante y otros detrás.
– ¡Pues qué bien! Mientras tanto, vamos a tomar un café e oír un poco de música que haga el camino más agradable.

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