El otoño que hierve

Antes era una estación romántica, o así se percibía, cuando la placidez reinaba en los ambientes. O la existencia era menos agresiva ante esa búsqueda que siempre ha tenido el hombre por encontrar la felicidad en los tiempos terrenales que le toca vivir.

Ahora, en estos días, se vive en el país un otoño desquiciado, donde lo mezquino y lo desigual, la agresividad y el odio se percibe diariamente en la mirada ritual a la pequeña pantalla de las televisiones. Ella es la que vomita una actualidad permanente de escalofrío. Porque sucede, como es sabido, que cuando llega la noche las principales calles de las ciudades catalanas se llenan de pavor y delirio de destrucción.

Es el miedo: piquetes aireando sus estrategias feroces, incendiando contenedores, masacrando las vías urbanas, atemorizando al ciudadano, arrojando adoquines a las fuerzas del orden como una espiral de combate, alardeando el espectáculo ante las cámaras de las televisiones y el centelleo de los reporteros gráficos que registran una lucha de protesta bárbara ante la sentencia del llamado “ juicio del Procés” , de esos políticos encarcelados que han pavoneado posturas y hechos independentistas y han sido juzgados por ello, aireando los dirigentes de allí la protesta en el descalabro inconsciente de una provocación, logrando el caos callejero.

Todo ello por el logro de una independencia sin el criterio firme de una legalidad absoluta, porque están fuera de la ley, que lo saben, y como consecuencia del desastre están creando una sociedad enferma, metida toda ella en la gruta oscura de la ofensa y del rencor.

De esa Cataluña próspera, plácida y cosmopolita de ayer, por culpa del fanatismo de unas ideas reaccionarias impregnadas de palabrería y el devaneo de la quimera de los sueños, están convirtiendo a la sociedad catalana en un estercolero de la sinrazón.

Todo ello va teniendo sus consecuencias en ese ofrecimiento desmesurado de algunos políticos que a lo largo de los años han ido proponiendo ideas y situaciones alarmistas a favor de los llamados independentistas con el trueque del caudal de los votos para poder gobernar sin agobios ni tropiezos.

Esta es la triste realidad de un otoño abrumado por las discrepancias que impiden el triunfo de una razón deseada. Y para alargar esa capacidad de desventura tenemos las elecciones generales en días próximos. En demasiadas ocasiones los políticos no saben calibrar ni las fechas del calendario. Y eso que ellos transitan en sus despachos entre la “sabiduría” disciplinada de sus asesores que son muchos, marcando en cada momento el delirio triunfante para nuestros excelentísimos gobernantes con sus consecuentes equivocaciones.

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