Gracias, Gomicia

Normalmente este tipo de artículos los escribo cuando alguien cercano nos deja o se jubila. Lo hice con Modesto Picher, con Julián Gutiérrez, con Abelardo Pérez, con Juanito, Dimoni, con la delantera de nuestro instituto que se jubiló en 2009, etc. Muy excepcionalmente lo hago con personas vivas: lo hice con Enrique García Casanova, y ahora contigo.

Escribir es una forma de atrapar el tiempo, y a mí me gusta atrapar el tiempo en capsulitas. Cultivo este vicio de escribir sobre cosas que me dicen algo desde hace unos veinte años. No lo hago metódicamente, sino cuando surge la ocasión. Aprovecho la ocasión, y perdón por el símil, cuando algún pájaro se me pone a tiro y tengo cargado el rifle de perdigones.

El feeling entre las personas existe o no existe. En nuestro caso, ni existió, ni existe, ni existirá. No obstante, he de confesar que parte de lo que soy te lo debo a ti. No quiero decir con esto que tú me inspiraras en algún momento alguna de mis actuaciones.

Venimos de mundos diametralmente opuestos; nuestra formación no tiene nada en común. Yo conocía el equipo de fútbol “anima, asina, capra, dea, equa, famula, filia, liberta, nata, nulla, serva” a los diez años, y luego el “enim, autem, quoque, vero, nunca los pongas primero” y de electricidad solo sabía lo que mi abuela me había dicho de pequeño: “Xiquet, això no es toca”.

Cuando yo subí las escaleras de la Escuela Industrial por primera ayudando a don Octavio Candela en el Paseo del Viaducto (ahora Paseo Ovidi Monllor) tú estarías acabando la ingeniería técnica industrial. Luego coincidimos en un equipo directivo y pronto me di cuenta de que toda la dosis de angry young man a mí me sobraba era justamente la que te faltaba a ti. Tú no eres humano, tú eres divino: siempre hay alguien de tu propia bancada que resalta tu cualidad de bonhomía cuando alguien te abofetea. Tú nunca te enfrentaste con nadie, y yo raro es el año que, aun jubilado, no me muestre beligerante: cuando no es un banco, es un concejal y cuando no, un alcalde. Y cuando no tengo molinos contra los que luchar, me enfrento a mí mismo. La cuestión es no aburrirme. Está claro que tu sistema humoral es diferente del mío.

Tú sabes tan bien como yo que en los institutos hay gente que hace lo justito. Y que hay un grupo de pringados que trabaja por los que no lo hacen con el fin de que la balanza quede compensada. Así ha sido siempre y así será. Durante tus casi veinte años en la dirección del instituto yo hice todo lo que quise, sin que pusieras pegas. Cierto. (Véase mi libro De la Escuela Industrial al IES Cotes Baixes-Alcoi (2013:471-88). Disfruté como un cosaco, no miré nunca el reloj, fui a horas y a deshoras. Tú sabes bien que yo he sido un profesor privilegiado del sistema educativo. Habrá muy poca gente que le haya sacado al MEC y a la Conselleria d´Educació más partido, jugo y dinero que yo; lo digo con orgullo. He hecho y repetido todo lo que había en el menú que nos presentaban. Y cuando el menú no me gustaba, me lo he inventado. He procurado que todo lo que aprendía, sobre todo por Europa, revirtiera en las aulas.

Recuerdo que cuando descubrí el correo electrónico en Irlanda aquí nadie sabía qué era eso, y luego pasó a ser una herramienta fundamental de intercambio de información entre los colegios europeos.

Gracias, Manolo, porque con tu política de laissez faire, laissez passer, al menos conmigo, yo pude hacer lo que quise y nunca me aburrí. Es posible que algún alumno mío se aburriera con lo que yo hacía, lo siento, pero yo no me aburrí ningún día con ellos y siempre me faltó tiempo.

Ahora, aunque estoy en hibernación, no estoy muerto, y me encantaría enterarme si hay alguna revolución. Mis terceras clases (después de la Universidad y del Bachillerato) y mis últimas fueron de FP, y tampoco me aburrí. De 1992 a 2004 entré en una dinámica imparable e insaciable: cuanto más hacía más quería hacer. Espero que mi padre en Europa, el irlandés de Shannon, Diarmaid Ó Donnobháin, esté orgulloso de mí; procuré no defraudarle porque confió en mí desde el primer momento.

Ya en la recta final, en 2004, cuando estábamos en los barracones detrás de Eroski, se me apareció el espectro de mi padre. A quien se le aparece el espectro hamletiano del padre está perdido, ya que activa una serie de mecanismos indescriptibles que mueven a la acción. El mensaje “Aún no eres doctor”, a mí me tuvo ocupado día y noche cinco años. Y ahí estoy. Pero ahora debo dejarlo, acaba de cantar el gallo.

Llegada mi hora, a los sesenta años, tras treinta y cinco años de servicio, dije adiós. Mi etapa en el instituto había terminado. Sin alicientes, incluidos los económicos, me aletargo y empifoscio. Yo no pertenezco a la casta de los incombustibles y creo, además, que hay que dejar paso a nuevas generaciones. Y si se tienen cosas pendientes, hay que ponerse manos a la obra sin dilaciones.

Claro que yo no era el mismo cuando salí del instituto en junio de 2011 que cuando subí las escaleras de la Escuela Industrial en 1980. Había sufrido la metamorfosis de la oruga, pero gracias a mi empeño. Mi contacto ahora con el instituto es puramente comercial: soy proveedor de unos sacos de naranjas en invierno. Tener un huerto donde ocurren milagros cada año no tiene precio. No echo de menos nada. Me adapto rápidamente a cualquier circunstancia nueva: aquí y en el Brexit, donde paso alguna temporada. Y procuro tener los ojos abiertos.

Ah! Y fijación contigo, ninguna. Me fijé en ti, como en otros. Algo hay que hacer en el tiempo libre.

BARTOLOMÉ SANZ ALBIÑANA. CATEDRÁTICO ES EN HIBERNACIÓN

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