Cómo hemos cambiado

Es muy posible que resulte incomprensible para muchos de vosotros lo que vais a leer, que pueda dar la sensación de irreal, exagerado e incluso falso. Pero aseguro que todo es verdadero.

Voy a permitirme el poner varios nombres propios para que os podáis situar en lugar y fecha y daros cuenta que nací, me crie y vivo en el centro de Alcoy.

Si os surgen dudas sobre mis humildes letras, preguntad a alguien que ya haya pasado del medio siglo y pueda confirmar lo que habéis leído.

Por supuesto que cada persona somos un mundo diferente y no tiene porque coincidir en todos, pero sí en una gran mayoría de los que coincidimos en una época y por una misma zona.

Empiezo el relato con la primera celebración que tenemos del año. Los Reyes Magos de entonces eran muy similares a los de ahora, al menos en cuanto a ilusión como se vive. El Bando, ‘les burretes’, los pajes, la cabalgata y la alegría de tan gran día. La carta se escribía con una esperanza increíble, pidiendo muchas cosas, porque así de entre tantas cosas alguna llegaría. En nuestros tiempos la carta no era lo mismo, ya saben demasiado, ahora te dicen marca de lo que quieren, precio y donde enviar a los reyes para que lo recojan. Y encima al abrir el regalo te suelen salir con algún pero. En casa nosotros intentamos y conseguimos que sea como antaño. Llegabas a casa y veías ese paquete redondo y que parecía que iba a ser el último que iba a ser entregado, al llegar el momento le quitabas el papel marrón con ansias y aparecía ese balón de reglamento, lo tomabas entre tus brazos y lo hacías tuyo y con unas ganas enormes de ir al colegio para poder jugar con los amigos.

Al poco tiempo empezaba a descoserse y corriendo a Simonet para que lo reparara y aguantara estoicamente todas las preguntas sobre diferentes artículos del precio que tenían. La ilusión de hablar con un futbolista profesional, el mejor lateral del Córdoba del que el mismo Gento dijo, que sólo él era capaz de seguirlo y pararlo. Que paciencia tenía con los chavales.

Estaba en la calle San Francisco, punto neurálgico de nuestro pueblo y que sin embargo ahora da miedo hasta pasar por allí.

En aquel entonces el pan se compraba sólo en la panadería, con ese olor a pan recién hecho. Luego ibas al charcutero y pedías que te lo llenara de jamón serrano, aunque casi siempre lo llenaban de mortadela. No era tan fácil el comprarlo como ahora, por el elevado precio y el bajo nivel económico que tenían los vecinos de la zona. A muchos les gustaba la ‘vieneta’ con unas onzas de chocolate. Al llegar el verano venía un señor con una heladera y nos vendía los mejores mantecados que he comido nunca. Se hacían colas en el herbolario, la droguería o al ir a Electrohogar a por unas bombillas, entrabas a la droguería el Soldat por unas hojas de afeitar y salías con la bolsa llena de productos. El zapatero quedaba enterrado en medio de los viejos zapatos que iba tirando marcando antes en la suela con tiza que tenía que reparar. La tarjeta de crédito era una libreta que tenían en la tienda en que la iban apuntando lo que debías y restando lo que se pagaba semanalmente. Era pagar a raya. Todo tenía vida y era emocionante el simple hecho de ir a Ribelles a comprarte unos zapatos Gorila o unas Chirucas, las botas de agua venían heredadas de un hermano o primo mayor. Las zapatillas, sin embargo eran de Zapatillas Rosita, no se cansaba José Pons de enseñarte todos los modelos posibles y al final salíamos con las Tórtola, las más económicas del momento.

Los sábados tocaba almuerzo y montepío en Casa Miguel o unas coquetas fritas en el bar del Socarrat en el mercado de San Mateo que estaba a tope, haciendo cola en cada parada y esperando que los padres de mi amigo Ponsoda, el carnicero, te dieran a probar una rodaja de chorizo.

Aquellos juegos de canicas, la trompa, el cambio de cromos que comprábamos en Marquitos o chuches en el Caramelero y pasar buenos ratos jugando al futbolín o las máquinas de bolas en Martín. Los vecinos éramos familia y las puertas de los pisos estaban abiertas en verano y entrábamos a jugar como si fuera propia. Da la sensación que todos éramos más humildes y cada uno sabía estar en su lugar. Se respetaba a los mayores, maestros, autoridades, médicos… se abría la puerta a las mujeres y se bajaba de la acera para ceder el paso, así como levantarse del asiento del autobús para que una persona mayor o una señora se sentara sin el miedo de que te llamaran machista.

Hay que ver cómo hemos cambiado, la indiferencia, desconfianza, la falta de respeto, las envidias, la falta de amor, la ambición, el querer ser superiores a los demás.

El progreso está muy bien y es necesario pero mejor estaría si de vez en cuando miráramos hacia atrás y aprendiéramos de las cosas buenas y no fuésemos tan necios.

Ya lo dice el versículo bíblico de Proverbios 14- La mente inteligente busca el saber, pero los necios se alimentan de necedades.

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