La melancolía de “El Salt”

Ese camino de tierra primitiva y dura que no conoce la sensación plácida del asfaltado y conduce a los antiguos vestigios prósperos y nostálgicos de la ciudad: algunas fábricas textiles, lo asolado de la elaboración del papel, queda todo petrificado en la memoria de la gente del lugar que guarda aún recuerdos y añoranzas. En ese camino singular y pedregoso de “El Salt”, ya a su término del recorrido, queda allí situada “la casa guardada en estuche de yedras”, como así definió nuestro poeta a “Villa Vicenta”, donde Juan Gil-Albert vivió los años felices de su infancia y adolescencia. Años más tarde y por los avatares de la vida, fue acogido en el temblor de su madurez, en su exilio interior como una dolorosa torre de marfil y en el silencio de los vencidos, iba escribiendo versos y palabras de recuerdos y sensaciones, en esos largos veranos, donde la frescura de aquel jardín romántico de la casa servía de inspiración y cobijo para su inmensa obra literaria.

Los años transcurridos y esa paciencia franciscana de guardar todos sus escritos en los cajones de su habitación de trabajo, por fin le hicieron justicia. Vino la democracia y con ella se dignificó toda la valía reconocida de nuestro escritor. Era un personaje de talla, ajeno al bullicio de las vanidades. En su dossier de entrañables vivencias y al abrigo de su sensibilidad y talento literario se señala que fue amigo y compañero de aquella gloriosa generación del veintisiete, circunstancia ésta que ha dado el pálpito de una fecunda resurrección, ofreciéndole en todos los estamentos sociales lumbre y vigor a su figura. Él iba viviendo como un esteta resignado por el pasado de sus tribulaciones, de su destierro profundo en su propia tierra, de aquellos años desarraigados en los que perdió fortuna y patrimonio en todo ese mundo antiguo de sus delicias.

Se recuperó la titularidad de la finca del “Salt” para las instituciones políticas del momento. Querían darle brillo y suntuosidad a la memoria del escritor. Después de un tiempo de deterioro e incertidumbre, la ilusión de una consellera alcoyana que trabajaba por aquellos años en los altos estamentos de la cultura y el poder regional, motivó con su esfuerzo y dedicación, por fin, que la añorada finca de “Villa Vicenta” ofreciera la sólida transparencia de una realidad cultural con el arreglo de todas las instalaciones dañadas, recurriendo a una visión nueva y limpia en aquella casa y jardín donde fue feliz y creativo nuestro poeta. Pero no cuajan los proyectos, para una realidad que solo le falta el ansia concertada de un equipo, pues parece ser que en el desarrollo de la vida cultural de la ciudad hasta los sueños, en su recorrido, son cortos y efímeros.

Pasan los años con el escalofrío de tiempo ido y estamos otra vez en el silencio y la melancolía como una carga atribulada para la “Villa Vicenta”. La casa guardada en la infinidad de los recuerdos de nuestro Juan Gil-Albert, para que conozcan la valía del gran personaje de nuestras letras las generaciones próximas. Que sea invencible su evocación y resonancia como un palpitar incesante en el recorrido del camino, en las miradas sensibles y en ese abrazo del paisaje del “Salt” junto con la contemplación en el reposo gozoso del jardín cuando nuestro poeta escribía con la caligrafía de su letra menuda y nerviosa todo su universo plasmado de palabras dándole forma al sentimiento de la poesía y palpitación sorprendente a la desbordante memoria de lo vivido.

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