El agua que da vida

Ayer me paré en la Plaza de España y, como hipnotizada, me quedé mirando el surtidor que hay en ella. El agua acompañaba con fuerza el sol reinante en un frío mediodía de invierno y me quedé, durante unos instantes, pensando.

Unos pensamientos que me llevaron a veinte años atrás, a una tarde del mes de noviembre de 1999 cuando alguien, en la redacción del periódico Ciudad, nos decía que se había declarado un brote de legionela –lo cierto es que ya llevaba un tiempo latente– y pedía serenidad al informar para evitar sensacionalismos y alarmismos. ¿Legionela? Creo recordar que nadie de quienes allí estábamos sabíamos con certeza qué síntomas tenía eso ni qué consecuencias podía llegar a tener. No había internet, lo que nos complicó la tarea de recoger datos con los que informar lo más acertadamente posible.

Lo que en ese momento también desconocíamos era que, lamentablemente, Alcoy vería suceder los brotes de legionela uno tras otro, en una época de hermetismo total por parte de la Conselleria de Sanidad, en ese momento en manos del PP y sin nadie al otro lado del teléfono. Si teníamos un familiar o amigo que enfermaba, sabíamos que seguía habiendo casos. Información oficial, durante los brotes más virulentos, cero.

Con el paso de los años, con la suma de brotes, de enfermos y de muertos, fuimos ganando experiencia, si bien personalmente nunca he sabido dónde estaba el origen de esa enfermedad y, por mucho que llegué a entender cómo se transmitía la bacteria, las dudas me han acompañado estos años. Las medidas de prevención se extremaron, los aparatos de refrigeración susceptibles de propagar la bacteria se sometían a costosas limpiezas y mantenimiento, y las fuentes y surtidores se cerraron. La ciudad se blindó contra la legionela.

Y así hemos convivido muchos años, hasta que finalmente se consiguió una cierta rebaja de las exigencias, supongo que fruto de gestiones que nunca han trascendido y de la benevolencia de la bacteria, lo que unido al empeño de quien consideró que el agua debía volver a formar parte de la vida pública alcoyana, cambió el panorama.
A pesar de que durante años se incidió en el coste que suponía preparar fuentes ornamentales y surtidores para su reapertura, en plena Navidad de 2016 empezaban a reabrirse y recuerdo cómo me sobresaltó el sonido del agua en El Parterre, que ya había olvidado tras 17 años seco. Va pasando el tiempo, se normaliza que el agua mane de instalaciones ornamentales y parece que le restemos valor a algo de lo que durante años estuvimos privados. Por eso, me gusta reparar en el agua y en el relajante sonido que acompaña su cadencia, sin olvidar que alguien, o una suma de varios alguien, se empeñó en que Alcoy pudiera regresar a la normalidad.

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