Propósitos

Después de las campanadas del nuevo año, con las copas de champañ ya vacías y en los momentos de los acalorados plácemes, surge la trémula pregunta de los mortales como una temblorosa espina acuciando las conciencias: ¿qué me propongo como propósito para los doce meses del calendario? Los políticos que siempre están en el punto de mira del personal, porque ellos constantemente presumen de lograr la felicidad de la ciudadanía, llevando la arrogancia de su poderío las veinticuatro horas del día, son los primeros en lanzar sus propósitos en todas las ocasiones que les son propicias y con más razón en este año donde las urnas van a favorecer el gran reto de la democracia.

Pues ya están ellos, los políticos, con tres semanas del estreno de la hoja del almanaque, a buscar la caída del contrincante. Es lo que saben ejercer con insistencia. Como no son líderes avispados, sólidos, pues carecen de la confianza del electorado como norma estricta para triunfar, se dedican a persuadir al que les oye proclamando las tretas del oponente. La derecha busca la resonancia de un ex presidente ampuloso y trivial amparado en la sombra del pasado con la bandera española enarbolada para contagiar el fervor del compromiso como una tabla de salvación. Y esa izquierda de jóvenes airados de ayer, que quería cumplir en teoría las necesidades del hombre pobre de nuestros días, está faltando en sus programados estamentos y el dirigente supremo ha cedido a esa envoltura gozosa de vivir como los burgueses, después de alardear proclamas, sacrificios y derechos que se están convirtiendo en papel mojado después del rastre de ejemplo dado a sus seguidores.

Total, veintitantos días que se van desarrollando después de la noche gozosa de los propósitos y la nación o la gente común comienza su curso sumida en un empinado desconcierto. Surge un partido nuevo que lleva el latido de los enojados, los agraviados por tanta historia civil y pública alimentada por los partidos que ha ido ensombreciendo los ideales y las ilusiones en cada jornada que vive la ciudadanía. Atención, que a este disloque existencial se le llama desencanto. Palabra temida que a los políticos les causa escalofrío y pavor cuando piensan en los resultados en una sociedad que sufre ese estado de ánimo. La prueba reciente la tenemos en los Estados Unidos gobernada por la provocación constante del señor Trump. Aquello fue producto de un electorado desilusionado. Vino la algarabía, la chanza, la verborrea de un jocoso millonario y las urnas todavía palidecen de tanta inconsciencia con ese resultado que martiriza a la sociedad americana tan arbitraria en sus decisiones.

Propósitos, sí, para que surjan nuevos líderes que nos hagan ilusionar dignamente y no afligirnos ante la inmensidad de abismo que en definitiva es el desconcierto aflictivo de la tristeza por tanta rabia contenida.

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