El veto
El PP en las Cortes Valencianas se niega a rendir tributo a Ovidi Montllor a los veinte años de su muerte. Dice doña Mayte Parra, diputada y ex alcaldesa de Ibi, que “nuestra tierra es la Comunitat, nuestra lengua el valenciano y nuestra bandera tiene azul porque somos valencianos y no catalanes” haciéndole una casposilla réplica a unos versos de Ovidi donde explica, con un poquito más de música y ritmo, como le cabe a un poeta “Tinc senyera on blau no hi ha. Dic ben alt que parle català i ho faig a la manera de València”.
¿Algún filólogo de guardia que le explique a la señora Parra (que según todos los indicios, está a lomos de su apellido) que el valenciano y el catalán son una misma cosa?
Politizan la muerte, politizan el talento, politizan la misma médula de los sentimientos, el idioma, la palabra, el instrumento con el que se da forma a las cosas que sólo existen en la sangre de los poetas, la inocencia de los que, golpe a golpe, verso a verso, se niegan a dejar de sentir como niños. A Lorca le metieron dos tiros en el culo por rojo y por maricón (sic). Al Ovidi le ningunean en Valencia por rojo y por catalanista. El método es evidentemente menos cruento, pero el concepto es el mismo.
Y esto no es de ahora. La política siempre ha metido las manos empercudidas en la inocencia del arte, lo ha retorcido, emponzoñado.
A Goya lo persiguieron por “afrancesado”. Naturalmente, Goya no quería la invasión napoleónica pero sí la luz de la razón y el conocimiento del pueblo francés. Y era Goya.
A Torrente Ballester le acusaron de falangista. Él era profesor en Estados Unidos cuando el sindiós, cuando la asonada española. Él, quería volver a España para estar con sus hijos. A él, le aconsejaron que se vistiera el uniforme falangista si quería volver y don Gonzalo, por volver a España se hubiera vestido de faralaes. Y era Torrente Ballester.
Al gran Agustín de Foxá le quitaron una calle por motivos parecidos. Y era Agustín de Foxá.
La lista es interminable, como interminable y aún infinita es la mendacidad de los que se empeñan en confundir el culo con las témporas.
Aún tengo en la memoria la mirada de Ovidi en “Furtivos” antes de matar a la loba castradora. “Lo que tengas que hacer, hazlo rápido, jodío…”, gritaba una inconmensurable Lola Gaos. Siempre he creído que la gran metáfora de la película estaba en esa escena final. Era un disparo seco, brutal, sordo en toda la espalda de un estado castrador, viciado, enfermo. La España negra que tan bien retrató Gutiérrez Solana. La España de la tapia del cementerio y el temor de Dios, ese mismo Dios distorsionado y maléfico que ahora vuelven a enseñorear, Boletín Oficial del Estado mediante.
Imaginen la siguiente escena, a ver si soy capaz de meterme en situación y meterles a ustedes. Un suponer. Ovidi está en su estudio. Ha tenido un sueño y le vence la melancolía. Ovidi soñó con una parte importante de su niñez . Por la ventana entra una luz como de polvo de avena en suspensión. El intimismo está servido. Quizá una guitarra languidece en un rincón oscuro, cubierta de polvo, como el arpa de Bécquer. Quizá un revoltijo de infancia, una indefinida tristeza hace armarse a Ovidi de bolígrafo y papel y empezar a escribir:
“Com un record d’infantesa, sempre la recordaré a la Teresa, ballant el vals…” o bien:
“Plovia aquel dia, perquè vull, perquè tinc ganes que plogués…!”
No es política, no son panfletos, ni ideologías de ocasión, no son creencias, ni demagogia, ni banderas, siquiera…
¡Es ARTE, estúpidos!