El sufrido concepto de emergencia

La Real Academia Española de la lengua lo dice claro. Emergencia: “Situación de peligro o desastre que requiere una acción inmediata”. Está claro, ¡¡¡inmediata!!!. Y por qué digo esto, pues por lo elástico que resulta hoy en día este concepto.

La pasada semana surgían dos noticias con la palabra emergencia como protagonista, pues como tal han sido declaradas las obras de reparación del puente Fernando Reig y de la calle Tossal. Unas declaraciones que nos alegran, porque parece que con ello empieza a verse la luz al final del túnel, pero que chocan de manera frontal con la definición de emergencia.

Siete meses después de cerrar el puente Fernando Reig por la rotura de un tirante, de que el tráfico se resienta por tener cerrada una vía que desde hace treinta años forma parte del anillo creado para la circulación, y de que todos estos problemas lleguen tras años sin prácticamente mantenimiento, declarar ahora la necesaria reparación como una obra de emergencia suena a burla. Como también el que se apruebe ahora la emergencia de las obras del alcantarillado de Tossal, tras años de problemas y de que la actuación esté pendiente desde hace diez meses, pues tendría que haber empezado en mayo del año pasado.

Sí, políticos del mundo, sé que declarar una obra de emergencia supone poder acortar los plazos administrativos para poner en marcha su ejecución, y poder iniciarla aunque no haya consignación para ello, y sé que una cosa y otra son sumamente importantes. Pero ¿no hay otra palabra para englobar estos conceptos? ¿Hay que utilizar la palabra emergencia en aquellos casos con meses de espera? Tenemos un vocabulario muy rico, y si estuviera en mis manos empezaría a pensar en otra palabra para sustituir a la de emergencia para aquellas obras con largas esperas y situaciones desesperadas. O mejor, habría que conseguir que esa emergencia fuese declarada poco después de que llegara un problema, por lo que cobraría sentido y además beneficiaria a la sociedad.

Queda claro que los políticos están cada vez más alejados del resto de ciudadanos hasta en cuestiones tan diarias como la declaración de unas obras. De hecho, hay veces en las que su propio vocabulario suena a tomadura de pelo.

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