El judío de Venecia
Existe una forma inocente de leer a Shakespeare y de ver sus represen-taciones. Consiste en quedarse simplemente con la historia que se cuenta. Les aconsejo que se decidan por esta lectura o aproximación, pues de lo contrario corren el peligro de adentrarse en terrenos peligrosos, cuya exploración les puede llevar el resto de sus vidas. Shakespeare no es fácil, como tampoco lo es Cervantes: por eso no tienen tantos adeptos como cualquier serie televisiva. Los autores citados resultan fáciles si se leen deprisa. Pero si se leen despacio —y hoy poca gente está dispuesta a hacerlo—, entonces resultan densos, compactos, y en ese proceso uno tal vez descubre filosofía, derecho, psicología y llega a comprender por qué un clásico es un autor del pasado con el que charlamos como si se tratara de un contemporáneo, a pesar de la distancia temporal que nos separa. Un clásico del país que sea continúa generando significados al lector o espectador contemporáneos, y eso que a veces se nos escapan muchos matices y expresiones. Un consuelo general: o somos muy catetos en la actualidad —y en esto tendrá algo que ver la huella de los sistemas educativos de la últimas décadas— o hace cuatrocientos años nuestros antepasados iban mejor armados de una retórica de la que carecemos hoy en día.
Lo primero que llama la atención de El Mercader de Venecia (MV) es su título. Aunque se la considera comedia (por su final feliz), en realidad es una tragicomedia, ya que, como otras obras, contiene un elemento trágico. El título no es convincente o tal vez nuestro autor no quería que se pareciese a El judío de Malta de Marlowe, escrita unos años antes donde los judíos salían mal parados. En el MV se contraponen dos mundos antagónicos: el del amor (Antonio) y el del odio (Shylock), el mundo romántico imaginario de Bélmont y el realista de Venecia. Shakespeare era aficionado a las tramas y subtramas. Así pues, la mayoría de veces tomaba prestadas historias que luego adaptaba añadiendo elementos propios teniendo en cuenta a la audiencia. Aquí encontramos el amor de Antonio por Basanio —¡los Antonios de Shakespeare sienten más interés por los hombres que por las mujeres!—, la historia de Basanio y Porcia, la de Nerissa y Graciano, la de Yésica y Lorenzo y, por supuesto, la de Shylock, que perfectamente podría ser la figura central de la obra. Curiosamente, las ganancias que obtiene Antonio en su profesión equivalen a la usura de Shylocken la suya: ambos están en el mismo barco. En fin, muchas historias para un título tan ambiguo.
La comedia shakespeariana se caracteriza por el viaje o peregrinación de mujeres jóvenes —a veces hombres— desde la soltería al matrimonio. Porcia tiene que sufrir la aduana caprichosa que le impone su difunto padre —ese ritual de los tres cofres por los que desfilan los pretendientes— y con suerte encontrar al hombre de su vida. Para que la heroína alcance la meta de esa peregrinación en el teatro renacentista la mujer se disfraza de hombre, se fuga a los bosques o emprende un viaje. En el MV se recurre al disfraz de Porcia y Nerisa para desarmar a Shylock en el juicio en el que el judío exige que se cumpla lo estipulado en el contrato. Para la crítica contemporánea los anillos simbolizan sexo femenino cuando los dos maridos los ponen en manos de los abogados (sus mujeres disfrazadas).
Hablar de Shylock es hablar de un personaje avaro, miserable y rastrero, epítome de la maldad, y de su incapacidad de mostrar amor o generosidad. Shylock no encuentra diferencia entre perder a su hija y su dinero; de hecho, preferiría verla muerta antes que perder sus ducados. Son aspectos que llaman la atención de esta obra que tuvimos la oportunidad de ver en Alcoi, de la mano de Eduardo Vasco, un director que parece enganchado a Shakespeare desde su versión de Hamlet en 2004, a la sazón director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Los temas que se tratan son temas de actualidad: la avaricia, el amor, el perdón y el sempiterno antisemitismo, un prejuicio este que ya estaba de moda en la Inglaterra isabelina, a pesar de que los judíos habían sido expulsados de ese país en 1290. En el Londres de Shakespeare no habría más de doscientos, eso sí “convertidos” al cristianismo. Muchos isabelinos confiaban en los judíos prestamistas pero desaprobaban la usura, es decir, prestar dinero a un interés desorbitado. No llama la atención, por tanto, que Antonio fustigue a Shylock, le llame perro y le escupa. El prejuicio tenía su fundamento: unos años antes, un médico judío había intentado envenenar a la reina Isabel. ¡Menos mal que el judío en cuestión era portugués y no español! Shylock recibe lo que se merece, pero la conversión final, forzada, no convence a nadie. Sabemos que Shylock finge la aceptación de las normas que le impone la sociedad veneciana donde el Dux controla todos los movimientos de este mundo de ideología eminentemente patriarcal y regula todo el mundo de acompañantes, criados, damas de compañía, etc., con claros resortes afectivo-eróticos.
La tragicomedia de Shakespeare es también la obra de Porcia, mucho más inteligente que todo el resto y dispuesta a emplear todos los recursos con tal de conseguir lo que desea —mediante el disfraz desarma y vence poco a poco a Shylock con sabiduría.
Basanio y Lorenzo son unos vivales cazadotes en busca de herederas ricas, no en balde la obra gira en torno al dinero y, de hecho ambos personajes salen beneficiados con las bodas. Son ejemplos de braguetazos renacentistas. Las palabras de Basanio no engañan a nadie: “Hay una dama en Bélmont, una rica heredera, muy hermosa […] y de enormes virtudes”. Rica, guapa y simpática, por este orden.
Esperemos que esta obra sea el preludio de otras para el próximo año en que se celebrará el cuarto centenario de la muerte del dramaturgo inglés y se nos ofrezca la oportunidad de ver no ya a Benedict Cumberbatch interpretando a Hamlet sino alguna producción más modesta que el Instituto Shakespeare de Valencia, imaginamos, estará preparando. Confiemos, pues, en que quienes mueven los hilos culturales de esta ciudad se muestren sensibles ante la magnitud mundial de esta efemérides y se adhieran a su celebración de una forma digna.