El ídolo caído

Estuvo ayer en la cúspide de la gloria. Por ejemplo, es el señor Rato, ex ministro de economía de la derecha, personaje relumbrón de las finanzas y altos cargos expuestos a la expectación de la jactancia o de una admiración entonada de sus correligionarios, o de sus amigos en tiempos de bonanza, ahora cuando vienen mal dadas las circunstancias , ellos, esos amigos se pronuncian ante una insistente indiferencia hacia el personaje por andar este metido en los dossiers de los juzgados por sus fechorías mercantiles, teniendo todas las papeletas de ser huésped de la trena por su codicia desmesurada, a pesar del brillo de su educación, los valores inculcados en la etapa primera de su vida y una economía de sonrisa feliz, de absoluto ganador con sus tácticas organizadas para atravesar victorioso los embates de la existencia.

Este señor, don Rodrigo, que lo tuvo todo en la vida, de cuna rica, amores y placeres a capricho, una inteligencia más que aceptable, sin dudas ni quebrantos existenciales por la holgura de su posición, con el dinero arropando todas las vicisitudes, le han ido mostrando la impureza de los negocios en el escenario placentero de los despachos, con el brillo airado de la moqueta y la argucia clandestina del capital que ha ido incrementándose en sus ya solventes arcas. Asesores y testaferros no le habrán faltado ni tampoco el mecanismo gris de la experiencia y sus argucias mercantiles para defraudar a Hacienda; tenía concebida una trama exquisita para el blanqueo de capitales y el alzamiento de bienes que es de lo que se le acusa. Días e influencias habrá tenido para elaborar el maquiavélico plan de atesorar el dinero como obsesión y buscar la maldad de la escapada con el fin de poder huir del tributo debido.

Y todo ello exhibiendo la fachada de la honorabilidad con un pronunciamiento atinado de gloria para que conste a la engañada ciudadanía.

Tanta opulencia y el adorno del poder han hecho creer al personaje en desuso que nunca se descubriría la chorizada en cuestión. Ahora el espectáculo está servido. El ídolo ha caído del pedestal. Los jueces investigan ante el tufo insolente de tanto desmán encubierto. Los amigos quieren convertirse en ex, motivando la táctica de la indiferencia, pero el partido de la derecha sufre la tensión ingrata del desconcierto, un sentimiento ingrato en plena acción desfavorable, pues las elecciones generales están a cincuenta y tantos días de la gran cita en las urnas y la actitud del señor Rato lleva el ronroneo fatal de la pesadumbre para una propaganda triunfalista que emerge todas las jornadas desde los labios de los jerarcas del partido gobernante. Ellos quieren disimular el sonido de los números y sus negocios fraudulentos de ayer de tanto corrupto etiquetado y con corbata. Han sido esos desmanes de una fiebre mercantil poseída sin control que pronto pasará factura como una advertencia y un castigo de aquel tiempo no lejano, cuando en algún despacho enmoquetado y gris se iba nublando la grandeza altisonante de un alto cargo y por culpa de la codicia persistente del dinero, el personaje que ya no lo es, se ha convertido en un patético rufián. Todo él como un testigo cruel que va cubriendo fatalmente la memoria de los días y sus percances.

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