El botiquín

El que quisiere tener 

salud en el cuerpo, 

procure tenerla en el alma.

Francisco de Quevedo

No hay mayor regalo que la salud. Esta simple y sencilla afirmación no lo es tanto, ya que normalmente, solemos acordarnos de la salud, bien cuando la perdemos, bien en comparación con otras personas menos afortunadas que nosotros.

Sin embargo, la mayor bendición que he recibido en mi vida, no es la mía propia, –de la cual no me puedo quejar, de momento– sino la salud de mis hijos.

Estos dos personajes, me han traído tan de cabeza como cualquier otro chaval que se precie. (Iba a escribir “como cualquier otro hijo de vecino”, pero ¡a ver si se creen mis vecinos que me refiero a sus hijos, que son unos santos…!) Sin embargo, no me han dado problemas de salud más allá de los naturales procesos que se viven a lo largo de la infancia: Pequeños episodios febriles, dolores propios de la dentición, esguinces debidos a la práctica de deportes, chichones, sangrado de nariz, espinas clavadas por tocar lo que no se debe, más chichones, empacho de chuches, diarrea, picaduras de mosquitos, de avispas, conjuntivitis, escoceduras, otitis, chichones de nuevo, alergias, piel atópica, mal del primer amor, pesadillas, resfriado, infecciones víricas… Poca cosa, pero aún así, ¡no veas si se necesitan productos a la hora de cuidarlos!

Debo confesar que nunca he sido demasiado previsora con el tema botiquín, diría incluso que más bien he sido un poco desastre, de esas madres que cuando van a echar mano del Apiretal, para que al pequeño le bajen las décimas de temperatura, se encuentra con una botellita que solo contiene los restos que quedaron de haber tratado meses atrás al mayor. Por supuesto guardada en su cajita, pero sin prospecto. –Madre mía… ¿cuánto era? –me preguntaba–. Bueno… ¡una cucharada!

Ya he dicho que mi mayor suerte ha sido tener unos hijos sanos, porque al día siguiente, compraba una nueva botellita y comprobaba que la dosis era media cucharada. También veía que la primera línea del prospecto ponía: ‘Conserve este prospecto, ya que puede tener que volver a leerlo.” Como ya he confesado, ¡soy bastante desastre! Ah, ¿Qué había dicho ¿un poco? Bueno, algunos políticos no son capaces ni de ‘dulcificar’ sus defectos, directamente no los reconocen, así que lo mío parece más bien un pecadillo bastante venial.
La cuestión es que esta semana me he tenido que poner al día con el tema de los medicamentos de nuevo y he comprobado que el repaso al botiquín me ha traído recuerdos y añoranza de otros tiempos. Tiempos en los que las medicinas se guardaban en un cajón del aparador, al lado del que contenía los manteles y servilletas de tela. ¡Servilletas de tela! ¿Quién las usa todavía? Ellas, y los pañuelos de tela con iniciales bordadas, darían para otro artículo completo. Pero a lo que voy…

Recuerdo ese cajón en casa de mis padres, como también recuerdo una maleta llena de botellitas, cajitas metálicas con distintos afeites, algodón envuelto en grueso papel morado y otros pequeños tesoros, en casa de mis abuelos. Recuerdo que descubrí aquella maleta mientras rebuscaba en el armario de tres cuerpos de madera oscura de su alcoba, en busca de fotografías antiguas.

La maleta era de cartón, con refuerzos en las esquinas y una cerradura rota y oxidada. Que el recuerdo de la misma me haga sonreír, me lleva a creer que un botiquín no es tan solo un almacén con restos de medicamentos…

Un botiquín puede ser cualquier armario, caja o maleta donde quepan los medicamentos y el material sanitario necesario para poder atender y aliviar. Y para el alivio, hay algunos “productos” que no pueden faltar, sobre todo en las casas con niños o adultos que sufren de regresión a la infancia al mínimo síntoma:

Cualquier cremita “mano de santo”. Ojo, hay que aplicarla lentamente a la vez que se habla con muuucho cariño.

Tiritas de superhéroes y dibujitos varios. No hay nada mejor para las pequeñas
heridas. Su alto nivel de eficacia responde a la regla de ‘ojos que no ven corazón que no siente’ A los adultos les sirven las tiritas sin dibujos, siempre que les prometas que a la hora de quitarlas no se llevarán detrás su vello corporal.

Polvos de talco. Porque sí, porque su aroma es más tierno que el del pan recién hecho.

Pinzas para depilar. Para quitar astillitas y espinas. Normalmente se utilizan para que las madres se quiten los pelitos rebeldes de las cejas, mientras los niños se acurrucan sobre sus rodillas, buscando consuelo después de hacerse un chichón gordo. También cuando el marido no te deja que te muevas de su lado, para que notes lo mal que se encuentra. Tras el uso deberían esterilizarse. (Glubs)
Supositorios de glicerina. Para amenazar. Con mis hijos eran infalibles, verme con ellos en la mano y cerrar la bolsa de golosinas era todo uno.
Tonadillas de consuelo. El ‘sana, sana, culito de rana’ nunca pasará de moda.

Besitos sanadores. Sin ellos, no hay botiquín completo. Es lo más importante y como todo lo bueno de la vida, no se pueden comprar.
Siempre reservo para el final algunas líneas donde poder insultar a sinvergüenzas de todos los colores. Me sirven de bálsamo para afrontar una nueva semana, pero en esta ocasión me quedo sin palabras. No por falta de adjetivos con los que calificar a Granados, al presidente de la Diputación de León, a los alcaldes de Valdemoro, Parla, Collado-Villaba, Serranillos del Valle, Torrejón de Velasco, Casarrubuelos… Los adjetivos están ahí, en mi cabeza y en la de todos ustedes. Lo que me falta es espacio.

La operación púnica ha podido conmigo. Pero no me impedirá hacer una loa a la Guardia Civil, que ha llevado a cabo la investigación y le ha puesto nombre, tomándolo del latín. Punica granatum es el nombre científico del granado, el árbol de la granada. ¡Qué finos han estado!
La que no ha estado fina, ha sido Esperanza Aguirre: Francisco Granados, Ignacio González, Alberto López Viejo, Benjamín Martín Vasco… La verdad es que como cazatalentos no tiene precio…
Y mientras todo sucede, los ‘¿Se puede?’ van colocándose en el panorama político gracias a tanto ‘y tú más’. Te lo juro… ¡me dan unas ganas de espetarles a la cara un, ‘y tú Jonqueras que es más feo que pa´qué!

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