Educar antes de castigar

El tema que nos atañe hoy no solo está centrado en la educación canina, sino en la educación de los niños, y por supuesto, también de los adultos. Y vengo a comentarlo hoy porque, a parte de ser un error presente en la educación de los perros, también lo está en la educación de las personas.

Entendemos por castigo tanto el castigo positivo – dar algo que no gusta, como un grito o como “copia en la pizarra 100 veces no hablaré en clase” -, como el castigo negativo – quitar algo que gusta, como quitarle al perro un juguete o multar a un ciudadano por algún acto, por ejemplo, exceso de velocidad en carretera; es decir, quitar dinero -. Así, como podemos ver, positivo o negativo no significa bueno o malo, sino dar algo o quitar algo. Estos castigos están presentes en nuestro día a día en muchas formas, desde el pitido que emite el coche cuando no nos ponemos el cinturón de seguridad, hasta cuando una persona a la que invitas a cenar rechaza tu propuesta porque no le interesa.

Los refuerzos y los castigos moldean nuestro comportamiento, así es como entrenamos y educamos a los animales, y los humanos no estamos exentos de este proceso psicológico.

Cuando somos responsables de la educación de alguien, y ésto incluye cualquier tipo de educación, y a cualquier tipo de ser vivo, a perros, personas, caballos o peces; somos responsables en primer lugar, de la formación de ese ser vivo, y por otro, una vez aseguramos que lo ha aprendido, de corregir en caso de que no se cumpla lo aprendido. La educación siempre debe tener como objetivo la mejora de la convivencia, y la seguridad en el día a día de ese ser vivo.

Si comenzáramos el proceso a la inversa, es decir, castigando los comportamientos que no nos interesan sin haber educado primero, dejaría de considerarse un proceso educativo; y no solo eso, produciríamos rechazo y negación en “el alumno”, ya que uno de los efectos secundarios del castigo es éste, más cuando se aplica fuera de un plan educativo correcto. Pongamos un ejemplo para comprenderlo mejor.

Hace unos 11 años que vivo sola, ésto implica entre otras cosas, que tengo que cocinar. Pues bien, a día de hoy, me sigue resultando muy aburrido y poco motivante el hecho de tener que cocinar. No me motiva, no me interesa. Imaginad que me apunto a un curso de cocina, con el fin de poder aprender y motivarme. El primer día de curso, me encuentro frente a una típica mesa de curso de cocina – al estilo Master Chef -, con unos quince utensilios bien colocados, además de una buena cantidad de ingredientes a nuestra disposición. El profesor nos indica: “Bien, quiero que me preparéis una tarta de queso”.
Yo, insegura, comienzo por agarrar uno de los utensilios, y el profesor inmediatamente me dice: ”no”. Probando suerte de nuevo, intento coger otro y se repite la misma palabra: “No, ese no es”. Sigo intentándolo una vez más y la respuesta vuelve a ser la misma, además de que el tono de voz del profesor cada vez es más serio. Cuando voy a por el cuarto intento, sinceramente, ya no tengo ganas de probar. Y no solo eso, quiero irme de allí. Mi motivación por aprender se ha desvanecido, además, le he cogido manía al profesor. Me ha quedado claro por donde no tengo que empezar, pero… ¿no hubiera sido más sencillo decirme por donde empezar?

Los castigos y refuerzos producen cambios en nuestro comportamiento – y por tanto, en nuestras emociones -, ésto es siempre así, para todos seres vivos, bajo cualquier situación.

Si somos responsables de la educación de alguien, somos responsables en primer lugar de su formación, ésto es, de enseñar los comportamientos correctos, enseñar todas las vías posibles para llevar a cabo esos comportamientos que queremos que aprendan y sobre todo, de mantener motivados a los alumnos. Solo, una vez estamos seguros de que los alumnos conocen el contenido que a nosotros nos interesaba enseñar, podemos comenzar a aplicar el castigo en caso de que no se cumpla lo aprendido. Solo así estaremos educando de una forma ética, empática y científica.

No podemos castigar a un perro por saltar sobre la gente para saludar si no le hemos enseñado previamente la forma correcta de hacerlo, no podemos castigar a un niño por no querer compartir sus juguetes si no le hemos enseñado antes los beneficios de compartir, no podemos castigar -multar- a los ciudadanos por algo que no hemos informado, justificado, ni enseñado cómo lograrlo con antelación porque lo único que produciremos tanto en el perro, como en el niño como en el ciudadano es rechazo y negación.

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