Del cartel y otros demonios
Decía Larra hace un porrón de años: “Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como una pesadilla abrumadora y violenta” Y me viene la cita a la cabeza porque puede aplicarse perfectamente a un hecho que año a año se repite en Alcoy. Confeccionar un cartel en esta ciudad es el crujir y rechinar de dientes, el horror a manos llenas, el linchamiento popular y las burlas y las befas que dejan pequeño al martirologio patrio.
En mi ya dilatada estancia en esta olla, no he conocido cartel que no haya sido puesto a caer de un burro, vejado, pisoteado, en ocasiones con una crueldad desproporcionada. Se han dado casos de llegar al insulto más despiadado y al acoso obsesivo. Internet, las redes sociales y el anonimato, son campo abonado para lanzar barbaridades al éter que, cabe sospechar, no alimentarán precisamente la autoestima del pobrecito ilustrador (curioso: Larra también se hacía llamar “el pobrecito hablador”). Uno ya no sabe si dar la enhorabuena al elegido o las más sentidas condolencias.
Este fenómeno, que se daba sobre todo en el cartel de la fiesta, ahora ya se ha extendido a cualquier cosa que se cuelgue en la fachada de la casa grande. La polémica de este año va de plagio en el cartel de la cabalgata. Lo más bonito que he visto por ahí es la publicación de la foto de un truño descomunal haciendo una escatológica comparación con la obra premiada. Y tampoco es eso, oiga.
Ha llegado momento en que se da más importancia al anuncio del evento que al evento mismo. Tengo una teoría que explicaría de algún modo esta ristra de despropósitos. A ver qué les parece: Alcoy, lo he dicho muchas veces, es un nido de artistas. Le das un meneo a un canto y salta un músico, un escritor, un actor, un pintor o un ilustrador gráfico. Claro, son muchos pintores, diseñadores o fotógrafos, legión, diría yo, a los que les encantaría tener laureada su cabeza y vivir unos días de gloria.
Muchos son los llamados pero pocos los elegidos. De modo que ante la indignación de no ser uno el agraciado, se desempolva la lupa en forma de buscador de Google y ¡a la caza del engañabobos! Hombre, desde Altamira para acá, el que no se sienta influenciado por algún movimiento, corriente o artista, que tire la primera piedra.
Viene siendo habitual que lo que mucho emociona de otros, acaba uno por hacerlo suyo, aunque sea de modo inconsciente. Uno, qué duda cabe, puede llegar a indignarse por lo que considera un engaño, pero la desproporción con la que se trata este tema en Alcoy empieza a ser alarmante, acojonante, y aún diría aterradora. Y cada año que pasa me llena más de admiración el ungido por la gracia que acepta el encargo o el premio, no ya por sus aptitudes las cuales, como el valor en la cartilla militar, se le suponen, sino por sus cojones, que hay que tenerlos y bien puestos.
Larra, “el pobrecito hablador”, se quejaba de lo triste que era ser escritor en Madrid. Nunca, por mor de espacio temporal y por el rigor de la muerte, hubiera podido hacer un cartel en Alcoy. Hubiera sabido lo que es llorar, lo que es una pesadilla abrumadora y violenta.