Decepción
El pasado fin de semana toda la familia viajamos hasta la capital del reino. Los padres iban con sus hijos para presenciar El Rey León, obra teatral de tanto éxito que lleva representándose hace varios años. Los abuelos de las criaturas fuimos para asistir a una ópera y conocer por dentro el Teatro Real. Era el último día que se representaba Hansel y Gretel, un cuento de hadas y de miseria con extraordinaria música del alemán Humperdinck. Cantantes y orquesta estuvieron bien pero no me gustó el montaje con un falso bosque y la casa de la bruja convertida en un amazacotado supermercado. Muy bien los cantantes, con papeles cambiados para la bruja, el tenor español José Manuel Zapata y el niño Hansel, la mezzosoprano inglesa Alice Coote.
Digámoslo de entrada: la ópera de Madrid me ha decepcionado. Mi opinión puede estar influenciada por haber visitado antaño otras óperas europeas, como la Garnier de París que el rey que la construyó llegaba hasta su palco en carroza, rodeado de mármoles y esculturas o la última que conocí hace poco, la de Budapest, que hay que ver el lujo que se gastaban los emperadores del desaparecido imperio austrohúngaro. Hoy los tiempos del lujo asiático han cambiado, sí, pero no me negarán que presenciar una ópera desde la fila 17 de la localidad de Paraíso de la planta 5 (66’60 euros butaca) junto a más de trescientas personas arracimadas en estrechos asientos, sobre un voladizo construido casi en vertical que daba la sensación que un resbalón al bajar las escaleras podías “volar” hasta el escenario situado a cincuenta o sesenta metros más abajo, no es el mejor ejemplo para que te agrade un teatro.
A mí me dio la impresión que la Ópera de Madrid, por muy espectacular que sea el edificio por fuera, más todavía incluso que el de Milán o Viena, la realidad es que por dentro me pareció muy funcional, casi austero, al menos arriba, en localidad de gallinero que eufemísticamente se denomina “paraíso” . Mi mujer lo definió muy bien, “es un teatro per traure diners”; su un aforo es de 1.746 espectadores y estaba al completo. El bar de la planta 5, servicio imprescindible porque los entreactos de las óperas son largos y te obligan a visitar los aseos y luego tomar un café, en realidad es una simple barra, y a precios europeos. Más críticas: como el escenario está allá abajo, tan lejos, a ambos lados de la planta se sitúan dos grandes pantallas de televisión y entonces ves a los cantantes a su tamaño natural. La acústica es buena pero la Ópera de Madrid por dentro no me ha gustado.
¿Y Madrid, qué?. Para algunos la capital está bien y para otros, regular. Ya se sabe que los juicios se emiten según el cristal con que se miran las cosas. Por las calles que confluyen en Puerta del Sol, miles de personas paseaban el sábado pero los comercios estaban semivacíos. La restauración, barata: un desayuno con tostada y café con leche o colacao, 1’50 euros; bocata de jamón, 1 euro. Menús a precios asequibles. El domingo por la mañana visita a La Almudena, catedral muy pequeña pero una maravilla del granito (entrada un euro, como donativo, igual que cuando se visita la mezquita de Córdoba, pero allí pagas nueve euros como “donativo” obligado, así no se declara a Hacienda. El episcopado cordobés, que se ha adueñado del monumento árabe, recoge al año millones de euros limpios de polvo y paja. Y Montoro ni se inmuta).
Para terminar, una anécdota, otro caso de incultura o bien un lamentable ejemplo más del nacionalismo centralista español que tanto gusta a la derecha valenciana. En los paseos de los jardines situados en la plaza de Oriente, entre Ópera y Palacio Real, hay una serie de esculturas a tamaño natural de reyes de Castilla, León y otros antiguos reinos que hubo en la vieja piel de toro. También está Wifredo I El Velloso (878-897), el célebre conde de Barcelona conocido en catalán, su tierra, como Guifred El Pilós. En la estatua del peludo conde y bajo su figura ponen su nombre en castellano, Wifredo I y labrado en bajorrelieve su mote: ¡El Belloso!. ¿Es posible que nadie se haya dado cuenta de la errata o el apodo lo tradujeron igual que en la época franquista se llegó a traducir Benidorm por Beniduerme?. La escultura sigue en el jardín.