De los Bancos y sus colas

La semana pasada tuve que ir al banco a hacer unas gestiones. ¿Habrá forma más desagradable de pasar el tiempo? No era mi banco habitual, era una oficina de la zona norte a la que, afortunadamente, no tengo que acudir a menudo ya que suele estar completamente llena de clientes a todas horas, por lo menos siempre que he ido mi media horita de espera no me la ha quitado nadie.

La máquina dónde podría haber hecho mi gestión, no funcionaba, así que no me quedó más remedio que coger número. ¿Sencillo? Si, si… Vamos por partes.

En una pared había instalada una pantalla táctil en la cual, luego lo vi, podías elegir entre dos opciones. Ventanilla u otras gestiones. Digo que luego lo vi, porque nada más llegar lo que me encontré fue un grupo de personas, todos mayores, que hablaban entre ellos mientras miraban la pantalla sin saber qué hacer.

– Açò com va?

– Tiene que darle con el dedo al cuadradito del medio.

– Es que ahora no hay cuadradito, pone dos cosas.

– A vorer, a vorer… ah pues es de veres…

– ¿Usted que quiere hacer?

– Vullc traurer vint euros, es que la meua filla…

– ¡Por el amor de Dios, adelanten, que nos dan las uvas!

– No, si ara tindré jo la culpa…

– Mire ya sale el número, tiene el “A173”.

– I la “A” eixa, què vol dir?

Total, que en diez minutitos de nada (nótese la ironía) las cuatro personas recogen sus números y me dejan mano a mano con la pantalla en cuestión.

Efectivamente, entiendo que personas de determinada edad se hagan un lío, un aplauso (nótese la ironía de nuevo) para quién diseñó la maquinita.

Resulta que el papelito, tiene que coincidir con la pantalla situada encima de los mostradores del banco, pero… en esa pantalla se muestran 4 números. El primero, es el que tiene que prepararse para ir o bien a una ventanilla, o bien a la de al lado, el segundo viene con otra letra y te indica en qué mesa has de sentarte si lo que quieres es gestionar. Los dos últimos son los que están siendo atendidos, por lo menos eso es lo que recuerdo, demasiados números para una oficina cuyos usuarios en su mayoría son personas que van a cobrar la pensión y a pagar la luz.

Mi número es el A178, la pantalla dice que se tiene que preparar el A135, o sea, me voy a comprar.

Voy a una frutería que hay al cruzar la calle, y compro unas setas, por cierto, qué buenas, este año parece que habrá muchas y bien de precio. Por favor, cuidad los montes los que salís a buscar setas.

Como no hay muchos clientes, acabo pronto y me pongo a mirar escaparates. Me aburro. Me voy a hacer una bonoloto. Por el camino me encuentro a una vecina. Nos preguntamos por la salud, nos alegramos de conservar el trabajo, nos piropeamos a los hijos respectivamente y nos despedimos. Hago la bonoloto, miro de reojo el premio qué puede tocarme. Me parece indecente la cantidad de millones, pero mientras vuelvo al banco voy pensando en qué me lo voy a gastar. Vamos Rosa… ¡despierta!

Llego al banco, miro la pantalla, le toca el turno al A157. Los clientes que se percatan de que llevo mi número en la mano ponen cara de resignación mientras deben pensar, ¡otra que tenemos delante!
En el banco coincido con una ex compañera de inglés. Nos preguntamos por la salud. Ella no tiene trabajo, no tiene hijos. Tiene un blog sobre libros muy recomendable. Hablamos de libros. Llega su turno y nos despedimos. Todavía tengo 15 personas delante.

No conozco a nadie en ese batiburrillo de personas del banco y me invento un juego para pasar el rato. A ver si adivino el orden en el que van pasando. Me fijo en su lenguaje corporal. Si están tranquilos y no miran a la pantallita a menudo es porque tienen muchos números delante. La abuelita que se acaba de levantar es porque tiene el número siguiente.

De 15 clientes solo he acertado 5 y encima casi se me pasa el turno. Un señor me mira como diciendo, ¡será pava!

En total ha pasado una hora, una larga, tonta, improductiva hora. Una hora en la que no podía apartar de mí la imagen de otra oficina en la misma zona, del mismo banco. Una oficina muy moderna, muy grande, muy pulcra y muy vacía siempre. Una oficina que solo atiende a empresas y claro…, como ¡cada vez quedan menos!

Y nosotros a tragar, eso es lo que traen los oligopolios, si quedan cuatro bancos y encima están bien avenidos… ¿por qué deberían ponernos las cosas, ya no agradables, sino fáciles?

¿Conocen el cuento de aquel pobre que se quejaba porque sólo tenía altramuces para comer y de pronto vio que alguien más pobre recogía las pieles de altramuz que él iba tirando?

Pues eso podrían pensar sobre mi queja los usuarios de muchos pueblos que se están quedando sin oficinas bancarias y que deben coger el coche o, como en pueblos de las islas, el barco para hacer sus gestiones.

Bueno, no me tocó la bonoloto, pero si me llega a tocar, me busco un banco más sensible. ¿Creen que algo así existe? Es que lo de meter el dinero debajo del colchón lo ha hecho Carlos Fabra y parece que no vale.

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