Conceptos básicos de la ciencia del comportamiento
Hoy vamos a hablar de comportamiento, y remarco la palabra “comportamiento”, sin especificar ni canino, ni humano ni de ningún otro ser vivo, porque lo que vamos a ver hoy es una de las leyes universales de conducta para todos los animales – incluso recientes estudios afirman que las plantas también aprenden y regulan su conducta en base a estos principios -.
Vamos a centrarnos en una de las leyes generales, una ley o principio que ayuda a analizar correctamente el comportamiento de los individuos.
Toda conducta tiene una funcionalidad
La palabra funcionalidad se refiere a que “tiene una función”, es decir, esta ley nos dice que todo comportamiento se realiza porque cumple una función; pero ¿de qué funciones estamos hablando?
Todos los seres vivos nos movemos en base al principio del hedonismo, que no es más que conseguir cosas que nos gustan y evitar cosas que no nos gustan. Todo nuestro comportamiento se regula entonces en base a estas dos premisas, por tanto, la función del comportamiento será siempre conseguir alguna de estas dos cosas.
La diferencia a la hora de analizar la conducta de un individuo u otro son sus gustos o preferencias; por ejemplo, podemos tener un perro que adore el contacto físico con personas – incluso con desconocidos -, por lo que para ese perro la atención de los humanos es un refuerzo; pero también podemos tener un perro al que no le guste el contacto con desconocidos, por lo tanto que eso mismo que para el anterior era un refuerzo, para este segundo es un castigo, un aversivo, algo que no quiere, algo que quiere evitar. Lo mismo ocurre con las personas; para un niño algo puede suponer un gran refuerzo, y para otro puede suponer algo desagradable. Unos niños están muy acostumbrados a los gritos y reprimendas, por lo que están habituados y no tiene efecto sobre su conducta, y para otros puede suponer un gran aversivo que sus padres les griten, por lo que tiene un gran efecto de castigo. Todo dependerá de la genética de cada individuo, y de sus experiencias previas. No podemos generalizar y decir que para todos los perros una caricia es un refuerzo porque no es así, lo mismo ocurre con las personas. Debemos conocer a cada individuo en concreto y adaptar nuestra educación a sus particularidades.
Conociendo este primer principio, ya podemos comenzar a descartar que “nuestro perro hace cosas porque es tonto”, o que “nuestro hijo hace x cosa sin razón”, etc. Todo comportamiento, incluso aquellos que desde fuera puedan parecer disfuncionales como las conductas autolesivas – morderse las uñas, incluso arrancarse el pelo, conducta que aparece con asiduidad en personas con autismo -, cumplen también una función dentro de la adaptación de ese individuo a su ambiente.
¿y de qué nos sirve conocer esta ley universal? ¡Es muy importante! Ya que, cuando nos proponemos modificar una conducta, es decir, eliminar un comportamiento indeseado, nuestra atención no debe enfocarse en “qué hace” el individuo, sino en “para qué lo hace”, es decir, qué consigue haciéndolo. Pongamos algunos ejemplos. Dos hermanos se pelean constantemente, llevando a los padres a la desesperación. Si centráramos nuestra atención en la conducta, es decir, las peleas, no serviría de nada; ya que lo que realmente nos interesa es qué consiguen los niños peleándose. Algunas posibilidades podrían ser: conseguir la atención de los padres, calmar el aburrimiento, conseguir algo que tiene el otro hermano… Un ejemplo con perro podría ser… un perro que ladra cuando se queda solo en casa. Si nos centráramos en la conducta, prestaríamos atención al ladrido, pero lo que realmente nos interesa no es el ladrido, sino el qué consigue ladrando. Algunas posibilidades podrían ser: calmar la ansiedad que le genera estar solo, intentos de “llamada” a sus propietarios por que le da miedo quedarse solo, reactividad a sonidos del exterior…
Si nos dispusiéramos a modificar estos comportamientos, deberíamos por tanto prestar atención a la CAUSA de la conducta. En el caso de los niños deberíamos analizar qué obtienen – sobre todo el que provoca las peleas, si es que siempre se repite el mismo patrón – peleándose, e intentar ofrecerles el mismo refuerzo de otra forma. Por ejemplo, si fuera conseguir atención de los padres, deberíamos pararnos a analizar si les estamos prestando la suficiente atención. Recuerda que todo comportamiento se produce por alguna de estas dos opciones: 1. Una necesidad sin cubrir 2. Una emoción en desequilibrio – por ejemplo, miedo -.
En el caso del perro, deberíamos analizar cuál es la causa del ladrido, y si por ejemplo, fuera miedo, deberíamos enseñar al perro, de forma progresiva y positiva, a gestionar el hecho de quedarse solo.
Por tanto, a partir de ahora, para convertirte en todo un analista conductual, debes cambiar el enfoque de tu atención sobre el problema. Recuerda, no nos importa QUÉ HACE, sino PARA QUÉ LO HACE. Una vez tengamos aislada, es decir, identificada, la funcionalidad de la conducta ya tenemos el paso más importante cara a solucionar el problema.
Tanto para los educadores caninos como para los psicólogos, a menudo este paso es el más costoso, ya que no convivimos con los individuos que producen la conducta – sea perro o niño – por lo que no tenemos muchas situaciones en las que aparece el problema para analizar la causa. Lo que solemos hacer, es ofreceros herramientas de detección de la funcionalidad de la conducta, como por ejemplo, registros. Una de las cosas que más me satisfacen de mi trabajo como educadora canina es cuando mis alumnos han aprendido a analizar los comportamientos de sus perros, es decir, cuando aparece un problema nuevo – normal en perros en desarrollo – y ellos mismos me explican la conducta, pero sobre todo la funcionalidad de la misma. No puedo más que sentirme super orgullosa de su cambio de enfoque; y no solo eso, tenemos el 40% del camino al éxito recorrido con un buen análisis del comportamiento.