¿Cómo funciona el miedo?
Vanesa Carbonell, Educadora/entrenadora canina de Diéresis Animal
En Diéresis Animal somos unos “obsesionados” de la educación en etapas tempranas; y no es ninguna casualidad, diversos estudios demuestran que todo lo que se haga – o no se haga – en este período marcará el resto de la vida del animal. Tanto es así, que este año tenemos previsto realizar una campaña de concienciación, para mostrar y dar a conocer al público la importancia de comenzar la educación de su mascota lo antes posible. De esta forma podremos obtener tales beneficios como: reducir las tasas de abandono, los malos tratos hacia el animal derivados de un pobre entendimiento, aumentar la cantidad de propietarios que optan por educar a su mascota de una forma empática y positiva, y un largo etc.
En este artículo hablaremos sobre la neurobiología del miedo, no solo en perros, sino también en personas y en cualquier otro animal.
Lo primero que debemos comprender es que el Miedo es una emoción adaptativa; ésto quiere decir que es útil para la supervivencia. Ante una respuesta “normal” de miedo, nuestro organismo activa reacciones como aumento de la tasa cardíaca, aceleración de la respiración, fijación ocular en el estímulo detonante del miedo – para poder correr más en caso de huída o disponer de más energía en caso de lucha, o para no perder de vista aquello que es peligroso para nuestra supervivencia – etc. El miedo tiene una regla: todo lo desconocido, es peligroso. Por tanto, es normal que, ante la presentación de un estímulo nuevo, muchos individuos respondan con un poco de temor. El problema es cuando esta respuesta de miedo no desaparece por mucho que sigamos exponiéndonos a ese estímulo y sigamos viendo que no hay un peligro real. Y no solo eso, el miedo tiene un problema añadido: predispone al organismo a tener miedo a más cosas. Veamos cómo funciona realmente esta emoción en nuestro cerebro:
El gran protagonista de los aprendizajes del miedo es la Amígdala, un pequeño centro cerebral con forma de almendra que todos tenemos y que tiene importantes conexiones anatómicas que le permiten integrar y procesar toda la información que entra a través de los sentidos y hace que ella decida si nuestro organismo responderá con miedo o no. El papel de la amígdala, por tanto, es guardar todos aquellos recuerdos que suponen un peligro – real o no – para nuestra supervivencia. Para entendernos de una forma más sencilla, cada vez que un individuo tiene un experiencia negativa con un estímulo, la amígdala genera una conexión entre dos o más neuronas donde guarda la información sobre ese estímulo y las sensaciones que ha ocasionado – sudoración, palpitaciones, conductas agresivas, etc; dependiendo de cada individuo -. La mala noticia de esto, es que esa conexión es IRREVERSIBLE, quiere decir, que ya nunca se dejará de tener miedo a ese estímulo. Y lo peor de todo no es eso… sino que esa conexión se establece muy fuerte, como si dijéramos que el cable que conecta las neuronas es muy grueso con incluso una sola experiencia, y por tanto, muy complicado de cortar. Y ahora os preguntaréis… pero ¿Cómo puede ser? Conozco muchos perros y/o personas que han tenido miedo a algo y lo han superado. Vamos a explicar cómo ocurre ésto entonces.
Si comenzáramos una terapia para eliminar el miedo – insisto, ya sea en personas, perros o cualquier otro animal -, lo que estaríamos realizando es una conexión nueva “encima” de la anterior, es decir, como si intentáramos tapar la que queremos eliminar. Ésto quiere decir que la conexión que más “entrenamientos” tenga será la que prime a la hora de responder hacia ese estímulo. ¿Cuál vuelve a ser el problema aquí? Que si uno entrena mucho la nueva respuesta hacia el estímulo, puede primar a la hora de exponerse a él, pero… ¿qué pasa si dejamos de entrenar la respuesta positiva? Que por un proceso llamado Extinción, la nueva conexión ira perdiendo fuerza y primará la respuesta de miedo.
Pongamos un ejemplo práctico y real que me ocurre a mi personalmente: Cuando empecé a conducir, tenía mucho miedo a las salidas en cuesta. Un día tuve una mala experiencia en la subida de un cruce, el coche se me fue un poco para atrás. No di al coche de atrás ni nada parecido, pero las sensaciones corporales que me invadieron fueron tremendas. A partir de ese día, comencé a ponerme excusas para no coger el coche – “ire a pie que es más sano”, “voy a pedirle a un amigo que me recoja así ayudamos al medio ambiente” -, hasta tal punto que pasados unos días no podía pasar ni siquiera por la calle en la que había aparcado el coche porque me generaba mucho malestar y me invocaba las sensaciones que me invadieron el día del susto. Hasta que llegó el día que no tuve otra que coger el coche. Al principio fue horrible, hasta salir en primera en suelo llano me generaba sudoración, palpitaciones y me nublaba la vista – tuve una experiencia horrible un día de esos subiendo de Alicante, literalmente se me nublaba la visión, tenía que parar y relajarme unos minutos antes de continuar sino no veía nada -. A medida que fueron pasando los días, las respuestas aprendidas por la amígdala iban reduciéndose – estaba generando conexiones nuevas, esas que “tapan” la conexión anterior -; y finalmente otro día volví a pasar por la cuesta en concreto donde tuve la mala experiencia, y todo fue genial. ¿Qué me sigue ocurriendo 3 años después? Que si no paso de vez en cuando por ese lugar en concreto o no entreno mucho subir cuestas en primera, me vuelven las sensaciones del primer día; por tanto, me fuerzo todo lo que puedo a tener muy entrenada mi nueva conexión.
¿Qué tienen que ver entonces los aprendizajes en etapas tempranas con este mecanismo? Es verdad que el mecanismo del miedo funciona durante toda nuestra vida – podemos coger miedo a estímulos durante toda nuestra existencia -, la diferencia es que las conexiones que se generan en edades tempranas son mucho más gruesas que las que se generan de adulto; es decir, si ya teníamos el problema de que los aprendizajes del miedo generan un cable grueso, si esos aprendizajes se dan de cachorros, potros o de pequeños en caso de seres humanos, el cable tiene un grosor mucho más considerable; añadiendo los problemas de que generamos una predisposición general a padecer miedo a más estímulos creando una especie de “filtro” a través del cual nuestro cerebro procesa todo como peligroso, cuando un individuo sin miedos lo procesa de una forma más ambigua o con más seguridad.
Además, esta información nos vuelve a remarcar la importancia de los trabajos de prevención; es decir, todas aquellas cuestiones que debemos ir trabajando progresivamente – varían según la especie, en perros y caballos por ejemplo, exponerles a ambientes ruidosos, objetos extraños, objetos de manejo diario como correas, cabezadas, etc – para que el animal o individuo en concreto no adquiera ese miedo que después nos va a estar ocasionando problemas durante toda la existencia del animal. ¡Y sobre todo y más importante! Que las formas de educación / entrenamiento basadas en métodos que generan miedo pueden producir consecuencias desastrosas, a parte de los efectos en la salud física que produce la sensación crónica de esta emoción, de la que hablaremos en próximos artículos.