Cincuenta años cotizando a la Seguridad Social

No es muy común, y más aún en los tiempos que corren, que una persona –mujer, para más singularidad– llegue a cumplir cincuenta años como trabajadora en activo. Pero es este el caso de Ana Fernández Gómez, que a sus 74 años sigue cotizando a la Seguridad Social tras medio siglo de trabajo incansable como cocinera del colegio La Presentación-Hermanas Carmelitas. “Cincuenta años no los cumplen todos”, reconoce.

Este lunes celebraba su 74 cumpleaños y es justo ahora que se cumplen sus Bodas de Oro en la cocina del colegio. Una fecha muy especial que coincide además con la remodelación a la que han sometido su lugar de trabajo desde hace cincuenta años. Un lugar de trabajo que, sin embargo, ha cambiado de ubicación en dos ocasiones, como también ha cambiado, y mucho, tanto la forma de trabajar como los menús escolares que elaboran, aunque asegura que si algo no ha cambiado es que sigue utilizando alimentos naturales y continúa cocinando de la manera más casera posible. “Me niego a ponerles en el plato una tortilla de patata que no sea hecha por mí, con su huevo fresco y su cebolla picadita”, comenta a modo de ejemplo.

Primero con las monjas

Entró a trabajar en el colegio con 24 años no llegaba. Primero como pinche de la hermana Joaquina, a la que recuerda perfectamente: “Me acogieron como una más”, asegura.

Luego vendría la hermana Carmen Miranda, de la que también aprendió mucho. Una etapa que coincidió con el cambio de ubicación de la cocina y el comedor escolar, que se trasladaron al actual edificio recayente a la calle Caracol a mediados de los setenta, justo cuando se clausuró el antiguo internado de las Carmelitas.

Fundación de Comesco

Otra fecha importante para Ana es la de la fundación por parte de su marido Lorenzo Yepes, de la empresa de comidas para colectivos Comesco, creada en el año 92 y que actualmente regentan sus hijos, Cristóbal y Paqui. Cuentan que fue la larga experiencia acumulada por su madre la que les llevó a emprender un negocio de este tipo.

Y es que tanto Cristóbal como Paqui habían crecido entre fogones: “Mi hijo tenía un añito cuando yo entré a trabajar en el colegio y tres años después vino al mundo Paqui, que por poco nace aquí en la cocina”, rememora con cierta nostalgia, al tiempo que afirma con orgullo que “ni siquiera entonces me hice la baja. El día que di a luz todavía hice la comida a mediodía, dos horas después nacía Paqui, y dos días más tarde me reincorporé”, asegura.

“El nervio no me deja parar”

Y si en estos cincuenta años no se ha hecho nunca la baja es porque puede presumir de una salud inmejorable. “Esta cocina me da la vida”, señala.
Su jornada arranca a las nueve de la mañana y finaliza a las cinco de la tarde, cuando abandona la cocina dejándoselo todo bien limpio para el día siguiente. “El nervio no me deja parar, las chicas que están conmigo en la cocina me dicen que si no lo vieran no lo creerían”, insiste.

Todos los días da de comer a unas doscientas personas entre alumnos y profesores. “Somos el colegio que más profesores se quedan al comedor, por algo será”, bromea.

Y es que, a parte de su buen hacer en la cocina, Ana sabe mimar a los suyos –porque “somos una familia”, afirma– como nadie. “Les hago lo que me piden, ¿qué voy a hacer?”, se pregunta cual madre entregada.

Lo mismo ocurre con los pequeños que comen en el colegio, a los que consiente siempre que puede: “Si no les gusta la comida siempre tengo algo por ahí que les guste para darles”.

Ahora no se quiere ir

El año pasado se planteó por primera vez la jubilación, pero cuando la dirección del centro le comunicó que tenía previsto remodelar la cocina, no lo dudó un segundo: quería estrenarla. Y ahora, tras dos meses trabajando en las nuevas instalaciones, confiesa que no se quiere ir: “Ha quedado tan bonita y estoy tan a gusto…”.
Pero si ella tiene pocas ganas de marcharse a descansar, menos las tiene la comunidad educativa del centro, donde la adoran. “A algunos les preparo tuppers con comida para que la lleven a casa y la compartan con la familia”, asegura.
Como no podía ser de otra manera, nos invita a comer durante la entrevista. Hubo un tiempo en que incluso atendía a familias desfavorecidas de Alcoy. Y es que Ana es todo bondad.

Ya no quiere oír hablar de marcharse, no mientras se encuentre con ganas, como es el caso. Esto pese a que sabe que el día que se jubile dejará la cocina –su cocina– en las mejores manos.

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