Buscando sonrisas
“Buscamos la felicidad,
pero sin saber dónde,
como los borrachos buscan
su casa,
sabiendo que tienen una”
Voltaire
Hay mujeres que no tienen (tenemos) demasiados bolsos nunca. Ya expresé, en una ocasión, mi deseo por el bolso mágico de Mary Poppins, o su versión moderna, el de la amiga de Harry Potter, esa limosnera que contenía “un par de pantalones vaqueros, una sudadera, unos calcetines de color granate, y, finalmente, la plateada capa de invisibilidad…”
Esa capa no estaría mal tampoco…
Lo malo de un bolso grande, o de un armario grande; o de una casa grande; o de un corazón grande, es que siempre se cumple la regla no escrita de “a más espacio, más trastos” y luego, ¡ponte a buscar lo que necesitas! En el bolso, no aparecen los gelocatiles, ni en el armario el cinturón que quieres hoy. En casa, no encuentras el rollo de film para forrar libros y en el corazón, la mitad de las veces, no encuentras suficiente comprensión, suficiente gratitud, suficiente alegría.
Por eso, para reponer las estanterías del alma, me gusta salir a la caza de sonrisas.
No es tan difícil, solamente hay que “quererlas ver”. Y así, el “hola” jovial del amigo de tu hijo, el “perdón” de la señora que te ha pisado sin querer, la niña de puntillas para tirar el papel del helado en la papelera…, te redimen de ver la vida en tonos grises.
La felicitación de un amigo, la discusión por invitar a la caña, el beso de tu pareja…, te blindan suavemente contra las noticias malintencionadas.
El murmullo del mercado, el sonido vivificador de la ducha, la música que se asoma a la calle, desde la ventanilla de un coche…, te transportan a un lugar sin colas, semáforos, ni ardiente asfalto.
Sí. Buscar sonrisas. Como el que busca trufas, o setas, o agua subterránea.
Convertirse en zahorí del optimismo, de la empatía, de los buenos modales, de la educación clásica, ¡ay!, cada vez más antigua…
Enfrentarse cada nuevo día, a la tarea de buscar en el otro, una chispa cálida en los ojos; un valioso diamante en la mirada; una gota de optimismo —aislada entre el desánimo general— aunque no sea más que para encontrar en su reflejo nuestro propio destello.
Ejercitarse en el arte de ver, la mayor parte de las veces, el vaso medio lleno.
Y, de esa manera, huir del horror de los atentados del ISIS.
Si la risa que interrumpe nuestra conversación, en lugar de ser una molestia, nos contagia más que un bostezo… ¡no todo está perdido!
Reciban un cariñoso saludo de mi parte.