Buenas noches, princesa Leire
Para Juan. Para Lucía.
Mi querida niña:
Estoy seguro de que te acuerdas de mí porque ya eres sabia. Tienes los nueve años justos para saberlo todo, para recordarlo todo, para acariciarlo todo y dejarte acariciar por todo. Estoy seguro, mi querida niña, de que estás bien porque no hay felicidad más absoluta que la que no se sirve de la materia para materializarse. No hay montañas a las que mirar, ni tibios atardeceres, ni ríos brumosos porque has alcanzado tal estado de perfección y de riqueza que no te hacen falta; que tú eres la montaña, el atardecer y la bruma que besa el río, y tú lo sabes porque ya lo sabes todo y lo sientes todo, sin límite. Esta torpeza de estar vivos, esta inercia, esta limitación, nos pone una tristeza grave, una desesperación inconsolable por tu viaje prematuro, pero tú ya sabes que no es el caso porque no hay luz más prodigiosa, más cómoda y certera y auténtica que la que tú pisas, lo sabes y sonríes con tus dientes de verdad, los que le ganaron la batalla al ratoncito Pérez.
Mi querida Leire, hay días en que me consumo en una tristeza vaga, incomprensible, en una tristeza como de sombra o rincón o telaraña. Hay días en que no puedo soportar lo que parece una injusticia, una imperdonable falta de educación o de previsión por parte del destino. Sí, seguro que te estás riendo y llamándome viejo tonto porque le has cogido el aire a la vida y ya sabes de sobra que estos sentimientos son una minucia en comparación con la plenitud del mundo en el que has vuelto a nacer. Tú me estás guiando, me estás dictando, Leire querida, este escrito al que le tenía un miedo indefinido pero rotundo. Ahora me estoy relajando. Ahora sé que en esta madrugada no estoy sólo. Basta sólo el pensamiento para dar contigo. Así de fácil. Pensarte es tenerte.
Hay una pequeña Leire en el recuerdo, arriba de Oliver, en el Jesustet del Miracle, en un carrito y en el discurrir de los días que nos hacía crecer y nos avejentaba. Pero hay una pequeña Leire sin tiempo, una Leire eterna que sabe, porque es sabia, que no hay más dolor que el que nos infligimos, ni más felicidad que la que nos empeñamos en desechar. Estás por encima del dolor y de la felicidad mundana y eso nos consuela.
Nada más, mi querida Leire. Sólo pedirte que pienses en nosotros para tenernos como pensamos nosotros en ti para tenerte.
Buenas noches, princesa.
Carlos. (Seguro, seguro que me recuerdas).