Bienhallados
Bien. Pues ya estoy aquí otra vez. Desde que apareció este periódico, El Nostre, después de la desoladora desaparición del histórico Ciudad, había hecho contadas incursiones en sus páginas al arbitrio del capricho o del grado de indignación que el devenir de los días (desastrosos días, tremendos días de latrocinios, miserias y despropósitos) iba metiéndome en el cuerpo como un veneno y casi obligándome a darle a la tecla a modo de purga. Ahora, más serenamente y con la responsabilidad y aun la ilusión del compromiso adquirido, vuelvo a sacar la lengua a pacer y a hacer mío el oficio ajeno de columnista, al que le tengo tanta afición como respeto, tanta querencia como admiración. Si no pasa nada, si los periodistas de verdad que hacen este periódico me lo permiten y si la clemencia y la paciencia de sus lectores se vuelven aliados, mis delirios aparecerán puntualmente cada semana. ¡Que San Gutenberg me ilumine que para meter la gamba y atizarle un patadón caballar a la Real Academia ya me basto yo solo!
Mi primera “intromisión” en el mundo del periodismo duró casi cuatro años en una sección de Ciudad titulada “Paraules sense lletra”. El título pretendía ser un muy humilde homenaje a un gran alcoyano: Ovidi Montllor. De uno de sus poemas tomé el título. En esta ocasión quiero rendir tributo y demostrar mi profunda gratitud por su calidad humana y artística al maestro Golucho, pintor, poeta y amigo del alma con quien tanto quiero. El epígrafe que encabeza esta columna es el título ligeramente cambiado de una obra suya que fue premio nacional de pintura. No quiero caer en la desproporción ni en la adulación edulcorada si digo que Alcoy está de enhorabuena por contarle entre sus vecinos, aunque también es de justicia señalar que es privilegio que este pueblo, inquieto y culto como pocos, merece.
No sé qué pasará con estos “Retratos Insomnes” ni qué contarán, como nunca supe qué pasaría, ni qué contarían aquellas “Paraulas sense lletra”. Decía el poeta Bécquer que la imaginación es como un caballo que se desboca, al que no sirve tirarle de las riendas. Hombre, según está el patio (de Monipodio), tampoco hay que ser un Da Vinci para echar el cuarto a espadas, que el artículo te lo vienen a poner a huevo, entre unos y otros, cada media hora, aproximadamente.
Lo que sí les garantizo es que entre esas letras, mejor o peor compuestas, habitará un alma simple y medio aterida que aún le llena de dulce estupor y manso asombro su paso por los días, por los hechos, por las cosas.
Mil gracias, hasta la semana que viene (si a bien lo tienen) y bienhallados.