Balada de verano

Es como el aldabonazo de una mística nueva o el brote de una sensación esperada que va lanzando el mensaje para la felicidad cara a esta estación voluptuosa que ya ha llegado. He aquí el verano, tímido en los primeros escarceos asomado después de una primavera triunfante. Verano triste para los líricos soñadores que conducen sus ansias hacia un otoño participativo que se espera en el ofrecimiento de una visión con la naturaleza erguida ante un paisaje de árboles arrogantes y hojas amarillas mostrando su esplendor antes de su ocaso. Pero ya está aquí el estío como le gustaba definirlo a Juan Ramón sin alterar la divinidad de su lenguaje. Más aún, nuestro Juan Gil-Albert cuando veraneaba gozosamente en su finca de “El Salt”, metido en su torre de marfil, con los lazos pomposos de las hojas de yedra en su entrada y el jardín tan henchido de romanticismo, escribió aquello de “verano, ardor, presencia”, guarnecido por la belleza de su entorno y el chirriar constante de las cigarras que mostraban la tutela de la canícula rendida en su pleno apoteosis.

Verano en el tropel de las playas cercanas extendidas como una liberación domiciliaria, pues así se va dominando el entorno de los sinsabores. Allí, frente a la inmensidad del mar queda mostrada la firmeza de las sombrillas como nidos que resguardan los ardores de un sol traicionero, las toallas que apaciguan el dulce fuego de la arena y el sonido insistente de las olas halagando el ritmo en su tropezar hacia la orilla. Veranos como los de siempre en la fragilidad de los lugares amables para aliviar las jornadas, no en el interior de cada alma que percibe las circunstancias de los momentos vividos con sus hecatombes y las situaciones felices, si las hay. Piscinas abarrotadas, el gentío de los cuerpos morenos nadando entre las aguas y cuando llega la noche la felicidad acampa en los sonidos musicales de las fiestas como una ambición cumplida para la jornada que ya se extingue.

Este es el privilegio del verano, la luz de la armonía pasajera, el descanso y la huida como una perfecta liberación transitoria, la contemplación de los cuerpos en su inmensidad de bellezas gozosas y espléndidas, porque se siente uno vivo en este deambular de los terrenales, notando ese espacio de felicidad en el parabién de los amaneceres y en los ocasos dorados cuando el sol amarillento se esconde detrás del horizonte. Que surja el verano amable pese a la desdicha económica de los mortales, de esta crisis que se mantiene con dolor resonando en la pesadumbre de tanta gente.

Que cambien de estrategia los invictos financieros en su codicia desmedida.
Que los políticos gestionen en provecho de la comunidad, pues con sus leyes arbitrarias van cerrando la puerta de la convivencia con tanto recorte y es que ellos desde sus poltronas van alimentando la pesadumbre de la pobreza en el país. Clarividencia y sensatez para los que nos gobiernan. Y en esta tregua veraniega sólo nos falta el hálito de la buena nueva, la gran espera del fin para acertar en el vivir de un verano que se redima en la realidad de las satisfacciones, no en los sueños inútiles ni en las promesas tibias de tanta mediocridad política. Verano en el barullo de la alegría manifestada como una balada, siempre como una antigua maravilla, tan mágica y feliz que ya queda alumbrada en la hoja perenne del calendario.

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