Aquellas pequeñas cosas
…Uno se cree, que las mató el tiempo y la ausencia,
pero su tren vendió boleto de ida y vuelta… J. M. SERRAT.
La semana pasada, una cosita de 49 centímetros y dos kilos, setecientos cincuenta gramos, vino a aumentar la familia. Y así, sin hacer ruido, como quien no quiere la cosa, removió sentimientos y recuerdos arrinconados, que no olvidados.
La llegada de un hijo lleva implícita una verdad empírica; que las cosas nunca serán como antes. Nos lo dicen mil veces los futuros abuelos, los próximos tíos ya experimentados, los amigos que se adelantaron… Sin embargo, nada nos prepara para esa magia blanca, que se produce en el mismo instante en el que esa cosita, arrugada y semi morada irrumpe en nuestras vidas.
Siempre he pensado que no es bueno “esperar”. Cuando esperamos, estamos creando unas expectativas que muchas veces no corresponden con nuestros deseos y anhelos, pero un hijo… si nace sano —y en ocasiones hasta si no lo hace— colma sobradamente y supera altamente esas expectativas.
Lo miras del derecho y del revés, cuentas todos los deditos, te asombras con la forma de sus labios, con la fuerza de sus manos. ¡Te gusta hasta la pinza que sujeta su cordón umbilical! Y cuando éste se cae, te llena de ternura su ombliguito.
Y no, no, no. Nunca serás la misma persona, porque ahora las noches no son un intervalo entre la hora de acostarse y la de levantarse. Las noches se dividen en tomas de biberón y cambios de pañal primero, y después de unos dieciséis años —más o menos— entre la hora que te acuestas; la hora en que debería haber llegado; la hora en la que llega y, con suerte, el último y —esta vez— tranquilo y reparador sueñecito.
Y el mundo, empezando por tu propia casa, se convierte de pronto en un medio tan hostil, que ni Frank de la jungla le daría el visto bueno. Todo son esquinas, escaleras, oquedades, salientes, aristas, filos, duras paredes, adornos con propensión a la caída, preferentemente en la cabecita de nuestro pequeño. Y en el exterior hace demasiado frío, o calor en exceso y en él habitan legiones de moscas, mosquitos, abejorros y avispas en verano.
En invierno es otra cosa, en invierno toda persona que se acerca a admirar a tu cosita, es susceptible de ser portadora de virus o bacterias inmundas…
No, nunca más serás el mismo, porque tanto si lo has engendrado, como si lo has adoptado, has quedado dividido para siempre, aunque inexplicablemente, jamás fuiste más, porque cuando se trata de hijos, el cociente, hay que sumarlo al dividendo.
Y hasta aquí el “Corín Tellado”, porque, como todo en la vida, hasta las cosas más bellas acumulan algo de polvo.
Y así, de pronto, tienes que dejar de ser hedonista. Salir a cenar, pasa por convencer antes a los abuelos. Ir de copas, es un sacrilegio indigno de una madre como Dios manda. Echar la siesta, un sueño (más querrías) que no está a tu alcance. Consumir series y películas como bestias, llega a su fin. Mantener una vida social intensa, cesa de golpe.
Además, a la mayoría de personas les da por pensar que te has vuelto lela y necesitas ser continuamente aconsejada y eso no admite discusiones con las abuelas. Ya puedes prometer y hasta jurar en arameo que te has leído todo lo leíble en cuestiones de bebés… Ya puedes repetir que tu pediatra está muy satisfecho con la evolución del pequeño… ¡Nada!, la abuela nunca ve al nieto lo bastante gordito, sonrosado, espabilado, ni risueño.
Eso sí, el nieto se parece a la familia de cada abuela. Si nace rubio y con el pelo rizado, como un querubín, se parece a su familia, aunque todos sean más morenos que los Ketama y no pueda aportar ninguna foto en la que haya alguien tirando a castaño.
Conozco casos de abuelas, a las que se las escucha decir por el pasillo del hospital, que el bebé es clavadito a su hija… ¡cuando todavía no lo han visto! Y otras que te instaban a echar más cacitos de leche al biberón “para que el nene esté mejor alimentado”.
Mi modelo de abuela preferida (como estudio antropológico) es esa que te habla a través de los nietos: “Cariño, dile a la mami, ¡mami, que hace frío y no me has puesto bufandaaa!” o “Ay, dile a papá, ¡papá cómprame los yogures como los de la abueli, que están más buenos!”
Suerte las que tuvimos madres, que al pasar a ser abuelas, nos tomaron por ineptas durante dos años o así, porque hay a les que les dura de por vida, a esas se les debería poner una bomba lapa en el tapón del bote de laca, una que sólo diera un susto, pero que las volviera mudas una buena temporada…
P.D. Para Alexia Peiró Juan, que me ha transportado a un tiempo de rosas…