Amordazados

Viene julio abrasando y recebando las calderas de Pedro Botero. Escribo a goterones de sudor y de insomnio que no hay madrugada últimamente que no me sorprenda un Caribe espeso sobre el pecho. Parece como si el gran García Márquez estuviera reescribiendo “Cien años de soledad” sobre mi cama o “La mala hora” que es su libro más fieramente caluroso. Viene julio caliente y apocalíptico. Por un lado, no es Grecia quien tiembla sino Fidias, Sófocles, Esquilo, Eurípides, Agamenón y su porquero, el Partenón, el Apoxiomenos y toda la cultura que tan altruistamente nos regalaron. Tiemblan las raíces, el germen de donde nació esta puta Europa que paga su deuda con deuda, su democracia con fascismo financiero. Arde Grecia, que tira más el FMI que las tetas de las Cariátides del Erecteion. Y jubilados con la tristeza cincelada en la cara haciendo cola en los bancos.

  Por otro, sacude julio patadas a la brava y cercena el viento del pueblo. En España hemos atrasado el reloj cincuenta años. Hoy (miércoles) es primero de julio y a las doce de la noche, exactamente se puso en marcha la ley tapabocas, la ley trágala perro, el saqueo a la libertad, la mordaza y la penúltima felonía fascista. Acabaron con años de lucha sindical por el derecho de los trabajadores haciendo más gordo al empresario,  y ahora han acabado con cien años de poesía.

Para la libertad sangro, lucho, pervivo. Mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos.

Qué poco saben de poesía y de surcos en las esquinas los que nos amordazan. Han resucitado la agonía de Miguel Hernández en la cárcel de Alicante, han vuelto a meter dos tiros en la cabeza a Federico García Lorca, han vuelto a desahuciar a Gabriel Celaya. Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto…

   Sin comerlo ni beberlo volvemos a correr delante de los grises. Sin comerlo ni beberlo España se ha convertido en un gigantesco correccional.

La maldad se nos supone. Somos criminales y toman durísimas medidas cautelares para que nos lo pensemos muy mucho antes de cometer las atroces tropelías con las que tanto disfrutamos. El papá estado se ha dado cuenta de nuestro potencial peligro y ha decidido llamarnos al orden a hostia limpia.

Hablando de hostias. Usted, un suponer, va a protestar porque a su amigo lo desahucian. A usted lo tunden a palos. En el laberinto de zurriagazos que usted se lleva tiene la audacia, en un alarde de malabarista o de contorsionista, de fotografiar a la mala bestia que le está midiendo las costillas. Pues bien, su amigo se queda en la puta calle, usted se queda con las dos hostias bien dadas y, a mayor abundamiento, tiene usted que abonar de seiscientos a treintamil euros por atentar contra la intimidad del antidisturbios, sin que le asista juez alguno.

   Otra cosa. A partir de este uno de julio, no se le ocurra a usted juguetear con la casa real en las redes sociales. Por mucho que a usted le parezca anacrónico, antidemocrático, ilegal, figura retórica, adorno, la casa real es sagrada y si usted arremete contra ella le pueden empurar por terrorista. No han matado la libertad de expresión. Nos están matando a todos, lentamente.

   “Prohibido prohibir”, rezaban las pintadas por las calles de los setenta. Habrá que desempolvar los troqueles y darle gusto al espray.
No olviden hidratarse, que este calor pendejo tiene peligro. Mucha agua, mucha quina, mucho lenitivo.

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