A propósito de Entenza
Hoy me he levantado localista, intimista y ombliguero, de modo que no echaré pestes ni espumarajos ni sapos ni culebras por la boca y hablaré de lo nuestro, a ver qué me sale.
Leo en El Nostre que el Ayuntamiento ha decidido ponerse en plan mendicante y va a solicitar al ministerio pertinente un préstamo para arreglar la calle Entenza. Ya era hora. Cuando los políticos se ponen estupendos y electoralistas algo bueno le cae al pueblo. En este caso, el planteamiento sería un peatón, un voto, que el peatón que frecuenta esos pagos viene a estar ungido por los afeites del heroísmo y del martirio a partes iguales.
Entenza es el reino del motor, el CO2 y la velocidad y el viandante, un cero a la izquierda con cara de circunstancias. Camiones amenazantes que se acercan peligrosamente a las aceras, motos de energúmenos que echan todo el ruido del infierno por el tubo de escape, autobuses como cíclopes bamboleantes y cientos de utilitarios a toda leche, que algunos se toman la calle por el circuito de Le Mans, acojonan al más valiente. Un conductor puede partir del último semáforo de la Zona Norte y plantarse en la glorieta de Oliver de una tacada.
Es el tiempo en el que el sufrido peatón ha de esperar a que aparezca el hombrecillo verde aunque le estén cayendo chuzos de punta encima o un apretón de vientre esté a punto de reventarle el yeyuno.
Teniendo en cuenta que suelo padecer con bastante asiduidad la ley de Murphy y no hay día en que ni por casualidad me encuentre el semáforo abierto, he hecho un cálculo mental (la espera semafórica da juego hasta para leerte entero un capítulo del Quijote). Si el tiempo concedido al automovilista ronda los tres o cuatro minutos y paso por allí cuatro veces al día, en una jornada estoy esperando el semáforo, doce minutos. Sesenta minutos a la semana. Doscientos cuarenta al mes. Como quiera que lleve un año viviendo en el Ensanche, ojo al dato, dos días con sus noches de este año los he pasado esperando el semáforo. ¡Agárrame esa mosca por el rabo!
Pues bien, sea como fuere por electoralismo, por populismo y por descarada caza y captura del voto, bienvenida sea la iniciativa, a ver si nos dan el préstamo y en un par de elecciones más, dejamos a Alcoy como los chorros del oro y así poder entonar la famosa tonadilla: “Alcoy no paice Alcoy que paice Guasintón. Tié frontón y to la hostia, y casa de putición” (léase a modo de recitativo).
Estoy a punto de darle pasaporte a este artículo con el run-run de las noticias de la radio al fondo.
Bárcenas sale de prisión. No hay que ser un lince para darse cuenta del modo con que, hoy por hoy, se compra el silencio en este país. Item más: Diego Torres empieza a cantar como un gallo aunque no sean las del alba, y tiembla la corona. Empiezo a encenderme y a notar el corazón en la garganta pero lo dejo para otro día, que soy hombre de palabra y prometí mesura y no ponerme más faltón de lo preciso. De momento.