A la llana y sin rodeos

El otro día, en la ceremonia de entrega del premio Cervantes, Juan Goytisolo apareció “ligero de equipaje” y con un acusado “torpe aliño indumentario”, como Machado o como los hijos de la mar. En la mano cuatro folios y al pescuezo, una corbata vieja. En contrapartida, el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares era un dechado de elegancia y distinción. Personas muy principales, águilas de blasón, reyes y ministros, chambelanes, plumíferos ujieres y damas de alcurnia aromadas de afeites, arropaban al escritor. Para mí tengo que esto precisamente es lo que provocó que luciera un tanto rígido, por no decir abiertamente acojonado. A la literatura siempre le han sobrado ceremonias porque escribir, junto con la coyunda y las industrias del vientre, es uno de los actos más íntimos que conozco.
Y entre tanto glamur estaba Julia. “Tú ya no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja como un aullido…” Julia es sobrina de Juan e hija del malogrado José Agustín Goytisolo con cuyas “Palabras para Julia” jugamos a poetas, bendecidos o malditos, unas cuantas generaciones. A mí me hubiera gustado que Julia hubiera salido más en las fotos de prensa junto a su tío, pero se mantuvo al margen, como un verso suelto, como una nota sin nombre. “Pero tú siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso”.

Y entre tanto oropel y tanta cáscara de oro lo único realmente cervantino fue el aspecto menestral de don Juan y su brevísimo pero enjundioso discurso. Yo siempre me he preguntado por qué los intelectuales de este país, los de verdad, los que huelen a levita raída y a antiparras rotas, los que siguen respirando por la nariz del noventa y ocho y del regeneracionismo, callan como putas (perdonado sea el casticismo). Por qué no hablan, por qué van llevándose a la tumba la indignación junto con su discurso inacabado y su inteligencia. Hoy más que nunca hace falta la regeneración en todos los ámbitos, sobre todo en el de la vergüenza y ellos, los intelectuales, porque saben, debieran ser los primeros en mojarse, en comprometerse, en despabilar conciencias y desasnar indolentes.

Hasta que llegó Juan Goytisolo y se lio a mamporros por cervantinas. Creo que sus palabras no sentaron muy bien a la ilustre concurrencia. “Porque las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo”. Sin salirse del hilo conductor del Quijote (“hay que asumir su locura como una forma superior de cordura”) fue soltando sutiles mandobles a diestro y siniestro. Reclamaba para los tiempos presentes un nuevo desfacedor de entuertos y sinrazones, un nuevo Quijote que, lanza en ristre, acometiera contra los desaforados gigantes que nos comen por sopas. Contra los gigantes fieros y bobalicones de la corrupción, contra los miserables gigantes que propician los desahucios, contra esas terroríficas puertas de macabros castillos que son las verjas de Ceuta y Melilla, donde los inmigrantes dejan hechos jirones “su instinto de vida y su ansia de libertad”. Sobran “conferencias, celebraciones y otros actos oficiales que engordan la burocracia oficial y sus vientres sentados”, dijo en plena jungla de burócratas, homicidas de la poesía.
El título del discurso y de este artículo es una aguda saca de la segunda parte del Quijote. Y fue el propio Juan Goytisolo, con su corbata vieja y su aserto llano y sin rodeos, el primero en calzarse el yelmo de Mambrino, el primero en armarse de lanza y rodela y empezar a descabezar gigantes. ¡Claro que se puede!

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