Conceptos básicos de la ciencia del comportamiento (III)

Esta semana, siguiendo la línea del artículo de las semanas anteriores, hablaremos de la tercera ley universal dentro del ámbito de la ciencia del comportamiento. Hoy hablaremos del concepto “Castigo”. De nuevo, no especificaremos ninguna especie – es decir, no hablaremos concretamente de comportamiento de perros, ni de niños – sino que, como ya sabéis, estas leyes se aplican para todos los animales por igual.

La definición de castigo dice así: “Un castigo es todo aquello que produce que una conducta tienda a extinguirse o derivarse en otras”. Por extinción entendemos la desaparición de algo, pero como vemos, el castigo no solo produce que una conducta desaparezca, sino que esa conducta puede derivarse en otras. Expliquemos primero este concepto.

Como ya hemos explicado en anteriores artículos, siempre que aparece un comportamiento, es por alguna de estas dos razones: 1. Una necesidad sin cubrir 2. Una emoción en desequilibrio. Por lo tanto, cualquier comportamiento esconde la función de cubrir alguna de estas dos cuestiones. Pongamos un ejemplo más concreto. Un perro que ladra cuando se queda solo en casa. El ladrido es la conducta, el síntoma, lo que vemos; pero lo que realmente nos interesa es el por qué ladra, es decir, la funcionalidad de esa conducta. Pongamos por caso que este perro de nuestro ejemplo ladra porque tiene miedo cuando se queda solo – ya sabemos que los perros son animales sociales, genéticamente programados para vivir en sociedad, por lo que es muy normal que si no se les enseña de forma correcta, generen estrés y miedo cuando se quedan solos -. Entonces, si nosotros quisiéramos realizar una modificación de conducta para hacer desaparecer ese ladrido, podríamos castigar ese ladrido con, por ejemplo, un collar “antiladrido”. Estos collares, para aquellos que no los conozcan, son unos collares que generan una descarga eléctrica en el cuello del perro cuando éste ladra. Si aplicáramos este castigo, lo más probable es que el ladrido desapareciera, pero ¿qué ocurre con el miedo a estar solos? ¿Lo haríamos desaparecer con este tratamiento? La respuesta es claramente No. Por lo que, como la necesidad seguiría estando sin cubrir, el perro buscaría otra conducta que también paliara ese miedo, como por ejemplo, romper cosas en casa, automutilarse – perseguirse la cola, arrancarse el pelo, etc -. Esto sería un claro ejemplo de la definición del castigo, cuando se refiere a “derivarse en otras”.

Siempre que queramos modificar una conducta, deberemos prestar atención a la funcionalidad de la misma, es decir, la necesidad sin cubrir o la emoción en desequilibrio. Tratar solo el comportamiento solo nos librará de ese comportamiento en concreto, pero tendremos otra conducta – en casi el 100% de casos, también problemática–.

Otra de las características importantes del castigo es, al igual que en el refuerzo, su individualidad, es decir, que lo que para un individuo puede ser un castigo, para otro puede ser incluso un refuerzo. De nuevo, deberemos conocer al individuo con el que queremos trabajar para saber qué cosas tendrán efecto de castigo. Por ejemplo, un caso que siempre cuento en los cursos es el de mi hermana. Cuando mi hermana tenía unos 16 o 17 años, siempre llegaba más tarde de la hora marcada a casa. Mi padre, intentando modificar ese comportamiento, le aplicaba lo que el creía eran castigos, como quitarle el teléfono móvil, quitarle la moto, etc. Lo que ocurría era que mi hermana seguía llegando tarde… y como ya somos todos unos analistas conductuales, sabremos que eso no eran castigos para mi hermana – de hecho, conociéndola, se que si le quitas el móvil mejor, ya que nadie la puede controlar, y la moto… pues bueno, llamaba a amigos que la recogían sin problema–. Mi padre no entendía porque esas cosas no tenían efecto sobre el comportamiento de mi hermana, si con los adolescentes de su edad solía funcionar. La respuesta es simple, cada individuo es diferente. De hecho, en su momento no caí, pero actualmente se qué cosa hubiera tenido efecto de castigo en ella, quitarle el maquillaje.

Y de nuevo, como tercera característica, tenemos la misma que en el refuerzo, el efecto de “saciación”. Si algo que pretendemos que tenga efecto de castigo, lo utilizamos demasiado, perderá su efecto de castigo. Si tendemos a gritar constantemente a nuestro perro o nuestro hijo, éstos se habituarán rápidamente y dejará de ser algo que tenga efecto castigador. Si les quitamos el móvil constantemente a los adolescentes, corremos el riesgo de que se habitúen al hecho de estar sin móvil y pierda su efecto de castigo. Por tanto, al igual que en el refuerzo, deberemos racionar minuciosamente los castigos para que no pierdan su efecto en el comportamiento.

El castigo tiene otra característica que suele dar muchos problemas, y ésta es que se condiciona con quien lo aplica. Esta premisa se entiende fácilmente con el caso de los perros que suben al sofá. Muchos propietarios quieren que sus perros no se suban al sofá, e intentan conseguirlo castigándoles cuando los pillan subiendo. Ésto es un error, ya que el perro aprende rápidamente que no puede subir al sofá cuando los dueños están en casa, pero que no ocurre nada malo cuando no hay nadie. Lo mismo ocurre con, por ejemplo, cuando un adolescente empieza a fumar. Los padres pretenden que dejen de fumar castigándoles cuando les pillan; los adolescentes aprenden rápidamente a fumar cuando los padres no pueden verles –e incluso desarrollar estrategias para que ni siquiera huelan a tabaco cuando vuelven a casa–. Debemos comprender que la educación se basa en un juego de motivaciones, es decir, que debemos conseguir que al individuo – sea perro o persona – le motive hacer más lo que nosotros queremos que lo que él está probando. Por ejemplo, en el caso del perro, deberemos trabajar mucho que al perro le motive estar en su cama, porque ahí obtiene atención, premios y descanso sin ser molestado; de esta forma, aunque nosotros nos vayamos de casa, ni se le ocurrirá subir al sofá – los perros suelen subir al sofá por algunas de estas razones anteriores –. Si es necesario, al principio del tratamiento haremos prevención para que no pueda equivocarse, por ejemplo, dejaremos sillas encima del sofá o le cerraremos el acceso al comedor cuando no haya nadie en casa. En cuanto al adolescente, como padres responsables, deberemos hacerle entender que el tabaco le va a perjudicar a medio / largo plazo, y analizar cuál es el motivo por el que están empezando a fumar – ¿es por encajar mejor entre sus amigos? – e intentar ofrecerle eso mismo a través de conductas más adaptativas.

En próximos artículos seguiremos hablando de las particularidades del castigo, y sobre todo, de sus condiciones éticas de aplicación; es decir, cuándo y cómo aplicarlo para que sea ético.

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