De discrepar a insultar

El rebacheo de la calle Sant Nicolau es signo inequívoco de que las Fiestas están a la vuelta de la esquina, pues es todo un clásico de los prolegómenos en un intento de que tobillos de festeros y músicos estén a salvo de torceduras y roturas.

Ya se ha realizado la inspección a ojo de los balcones, como también se ha celebrado la junta de seguridad ciudadana, en la que se fijan los efectivos para garantizar que tengamos unas Fiestas tranquilas y bien atendidas aunque, sinceramente, nunca me han cuadrado los números. Y es que, al parecer, se suman los de todos los días y así se da la cifra de efectivos… curiosa manera aunque no extraña en esta ciudad, pues durante años el Ayuntamiento estuvo sumando los que subían a la Font Roja en la Romería y los que bajaban, y así se facilitaba la cifra de asistencia. ¡Estricta y real donde las haya!.

La enramada y el castillo están a punto, como también hay algunos balcones que a estas alturas ya lucen la cruz, mientras otro mantiene el paje de los Reyes Magos, tres meses después y como a la espera de contemplar esta nueva fiesta.

Pero los prolegómenos alcanzan su máximo esplendor en el momento en que se descubre el cartel anunciador, lo que sucedió el pasado sábado después de presentar la Revista de Fiestas de la Associació de Sant Jordi y de la concesión de una serie de reconocimientos. El descubrimiento del cartel suele ir acompañado de controversia y debate, que no es malo, pero lo que sí es detestable es ese afán de superioridad de algunos, acompañado de extremas dosis de mala educación. Evidentemente, la libertad de expresión es un derecho básico y fundamental en la sociedad, pero poco tiene que ver esta necesaria libertad de expresión con la mala educación. Todo puede decirse con educación y respeto, y cuando existe un componente de subjetividad aún debe actuarse con mayor prudencia.

Además, el efecto amplificador –y muchas veces anónimo– de las redes sociales da manga ancha a quienes hablan con desprecio y prepotencia, con total impunidad. Opinar y discrepar sí, claro, pero insultar… ahí sí que no.

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