Ejemplo de longevidad
Solo departiendo un rato con ella, viendo la pasión y la firmeza con la que se expresa cuando se refiere a su deporte y el club en el que ha desarrollado toda su carrera, se llega a entender un caso fuera de lo normal como el de Sandra Fuster, que ha traspasado todas las lógicas de longevitud y amor a unos colores para situarse en el escalón de la excepcionalidad por todas las ramificaciones que envuelven una trayectoria tan peculiar como la suya.
Su equipo de siempre, el Santa Rosa de fútbol sala femenino, pone pie mañana en una nueva temporada. Y no una cualquiera, se cumplen 25 años desde que dejara la extinta liga local para dar el salto a la competición provincial. En aquella primera plantilla estaba Sandra Fuster. Entonces era una adolescente de apenas 14 años.
Dos décadas y media después, ya con 39 años, aún sigue estando al pie del cañón, una práctica que compagina con su trabajo al frente de un negocio de copistería en el Ensanche y sus obligaciones como madre de un chaval de 7 años, Juanjo, que lleva el mismo nombre que su padre, que a su vez es el entrandor del Santa Rosa y el gran artífice de que nuestra ciudad siga contando con un equipo femenino de fútbol sala en categoría federada todos estos años, diez de ellos en dos etapas diferentes en Segunda División, la categoría de plata de este deporte.
“Llevo varios años”, explica Sandra Fuster al ser preguntada por el secreto de su longevidad, “diciendo que será la última temporada pero ahí sigo y aún no tengo decidido cuándo lo dejaré, aunque no me queda mucho. Quizás esta temporada y otra más, pero no creo que me vaya más en el tiempo. Ahora entreno un día y necesito dos para descansar, mi cuerpo ya no es el mismo. Soy una persona muy competitiva que da el 200 por cien a la hora de jugar. No me gusta ni perder en los entrenamientos y lo paso bastante mal en las derrotas”.
Jugar al mes de ser madre
Se confiesa una enamorada del fútbol sala. Cree que es el deporte ideal: “Probé jugar al fútbol y me cansé enseguida. Me aburrí un montón. Te pegas una carrera y luego estás cinco minutos que no vuelves a tocar otro balón. En fútbol sala siempre estás en permanente movimiento. No puedo estar quieta un instante y disfruto como el primer día. Si no fuera así, ya lo habría dejado”.
Llegado el punto de conciliar vida familiar con la profesional y la deportiva, Sandra Fuster comenta muchas veces le toca sacar tiempo de donde no tiene. “No es fácil, es cuestión de organizarse. En mi caso es más complicado porque a las dificultades de cualquier madre que haga deporte, se une que mi marido y el padre de mi hijo es el entrenador. Cuando me voy a entrenar o jugar no puedo decir que dejo a mi hijo con su padre. Recuerdo que al mes de tenerlo, a los pocos días de quitarme los puntos tras una cesárea, ya jugué. Creo que fuimos a jugar a Almería. Tenía un mes, él en maxi-cosi, yo en la pista y mi marido con un ojo en la pista y otra en el niño por si lloraba. Todo fue muy natural”, concreta.
No oculta que al principio los problemas del equipo luego se trasladaba a la vida familiar. Confiesa que “es lo que tiene que en una misma casa vivan entrenador y jugadora. También es cierto que eran otros tiempos. Al principio nos costó bastante separar ambas cosas. Ahora ya no y si hay algo se habla entrenando o en los partidos. Es más, a veces soy la última en enterarme de cosas del equipo”.
Veinticinco años dan para mucho, sobre todo para haber visto pasar por ese vestuario a infinidad de compañeras, muchas de ellas dieron el salto a equipos de superior categoría y algunas incluso alcanzaron la internacionalidad absoluta. Más de la mitad de jugadoras del Universidad de Alicante, que actualmente es líder en Primera División, se foguearon en el Santa Rosa. Cuenta Santa Fuster que “al principio me molestaba que alguien se fuera, pero ahora ya no y comprendo que son jóvenes y tienen la oportunidad de vivir este deporte de una manera más profesional. Yo tengo mi vida ya estructurada de una forma y se me haría difícil irme a otro sitio, además tampoco he tenido opciones para marcharme. Quizás si se hubieran quedado todas esas jugadoras que han terminado por marcharse ahora sería el Santa Rosa quien estaría peleando por el título en Primera División”.
Indica que tiene depositadas muchas ilusiones en la nueva temporada. El Santa Rosa ha perdido la categoría tras diez temporadas en dos etapas distintas en Segunda División, categoría de la que llegó a ser subcampeón y quedarse a las puertas del ascenso a la máxima categoría. Militará en Autonómica con una plantilla en la que se han producido varios regresos: “Quizás no tengamos el cuerpo de cuándo éramos jóvenes pero mantenemos la misma ambición y competitividad de entonces. Somos jugadoras que no venimos a pasar el rato. Para eso nos quedaríamos en casa o haríamos otra cosa. Habrá mucha copetitividad y eso será bueno para el grupo”, argumenta Sandra Fuster, quien no es la única madre de la plantilla, ya que Mónica, Tere, Mari y su hermana Paula siguen en activo tras tener descendencia.