Democracia, cuestión de orden
Me uno a los que piensan que son bastante mejorables los valores democráticos de nuestra sociedad. Normalmente, de puertas para fuera, “todos somos los más democráticos del mundo” pero cuando se trata de cuestiones que le afectan a uno mismo, entonces el comportamiento se transforma y cualquier argumento es válido para desautorizar o incluso para saltarse el orden establecido.
Y es que el respeto a la norma, al funcionamiento orgánico de cualquier institución o colectivo, al igual que las formas, son preceptos que deberían ser básicos en Democracia.
¿Por qué en este país cuando se quiere cambiar algo no se siguen los cauces legales para hacerlo?
¿Por qué, bajo el pretexto de cuestiones sensibles socialmente, se desprestigia al que discrepa del cambio o de la forma de hacerlo?
¿Y por qué cuando después de toda la operación algo sale mal, la culpa siempre es del estamento superior?
Existen maquinarias de inteligencia que idean operaciones maquiavélicas para justificar lo injustificable y, poder así, dar apariencia de legalidad democrática, a aquello que no la tiene en principio, pero que a costa de repetirlo y justificarlo al final parece normal.
Esto es práctica habitual en nuestra querida España, y lo es a todos los niveles: desde las altas instituciones del Estado como desde las organizaciones más pequeñas a las que tenemos acceso, ya sean asociaciones de vecinos, comunidades de propietarios, o las propias filaes en nuestro Alcoy. Y es que ejemplos hay de sobra… En Cataluña, en relación a su independencia, se ha vulnerado el ordenamiento jurídico, no se ha respetado la voluntad manifestada en las urnas, se ha tomado medidas ilegales e inconstitucionales… Y cuando alguien discrepa se le acusa de anticatalán y queda desprestigiado por la sociedad. Y claro, si algo va mal la culpa es para el Estado o el gobierno Español.
Aun así, estoy convencido que se puede conseguir un buen funcionamiento de la instituciones y de cualquier colectivo por pequeño que sea, pero para ello debemos trabajar y adquirir una cultura democrática que no tenemos. No podemos intentar ganar en la calle lo que no se ha ganado en las urnas, no se deben desprestigiar los resultados electorales cuando no son los deseados y los cambios tienen que conseguirse sin saltarse la ley. Y desde luego, sobre todo en Democracia, también hay que respetar a las minorías.