Monòlegs d’Alcoiania

Por unas cosas o por otras este año no he podido ir al Principal a disfrutar de ese dechado de ingenio que son los “Monòlegs d’Alcoiania”. Imperdonable.
No obstante, hurgando en ese pozo sin fondo que es internet he dado con uno de ellos transcrito en una revista digital, alcoyana a la sazón, y muy recomendable, que se hace llamar Tipografía la Moderna. He de confesar que, aunque este no sea el motivo de mi falta de asistencia al teatro (que los verdaderos no hacen al caso), entiendo mejor el valenciano escrito que el hablado. De modo que me he metido hasta las cachas en su lectura y puedo presumir de no haber tenido que recurrir al diccionari ni a la flexió  verbal de  En Enric Valor. El monólogo es una hilarante recreación de una sesión de alcohólicos anónimos o cualquier otra ONG de parecido jaez. La enfermedad a la que aluden (también la llaman vicio) es la de la alcoianía elevada a la categoría del puntet. Aún me duran los hipos de la risa. El monólogo es obra escrita por Javier Llopis y Pep Jordá y apalabrada e interpretada por Rosana Espinós y van dando una serie de síntomas a cual más descacharrante para ayudar a detectar la enfermedad. Cuando llegué a aquello de “de l’alcoiania se sale. Amb esforç i voluntat si, pero se sale…” ya iba descojonado de la risa.

Para mí tengo que esta visión estanca de lo nuestro viene de atrás cuando el subidón industrial del diecinueve. Alcoy de la mano de Barcelona creó el prodigioso despegue. El milagro generó una potente burguesía que ejercía su papelón en la escala social con solvencia. Creo que ese sentimiento, ese espíritu de poderío, quedó grabado a fuego en los blasones de humo de esta bendita ciudad. “Sant Jordi i tanca Alcoi!” grita el viento entre las roquedas del Barranc de la Batalla. También es justo reconocer que ser uno de los últimos bastiones de la resistencia durante la guerra civil, o tener un papelón importante durante la reconquista, da mucho caché y sube la autoestima a límites insospechados. De justicia también es reconocer que nunca le han faltado emprendedores de fuste, inventores de asombros que han dado la vuelta al mundo, empresarios de hondo calado. Y de aquellos polvos vienen estos flatos.

Estoy profundamente enamorado de este pueblo, pero no es ninguna infidelidad el estar enamorado de otros pueblos, de otras gentes, de otros ámbitos. La olleta alcoyana no es un plato típico, es una experiencia casi religiosa, pero no le hago ascos a una fabada asturiana o a un cocido castellano o a un pulpo de feria sentado tan ricamente en un chiringuito de Santiago.

Mi más cordial enhorabuena a los autores y actores de los monólogos que a golpe de sutil humor, nos hacen reflexionar sobre nuestra propia esencia, la esencia de un pueblo que, para bien o para mal, no deja a nadie indiferente. Au.

Addenda:

Mis últimas investigaciones en la materia me han llevado a la férrea conclusión de que, detrás del Barranc del Cint y pasando los límites del Viaducto de Canalejas, también hay vida inteligente. 

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