El toro de La Vega (inevitablemente)
Llevamos días, semanas, meses enteros con el mantra a cuestas. Hoy (martes), día de autos, ha sido especialmente virulento. El toro Rompesuelas ya es cadáver y no ha habido más tragedia entre adoratrices del buen rollo y la cosa animalista por un lado, y homínidos cejijuntos y lanzas y garrotas en la mano por otro, porque el azar (vulgo, chorra o nata) no ha querido. El toro Rompesuelas ya es más famoso que Ferdinando, Islero o Avispado. El toro de la Vega, en Tordesillas, o sea.
Y a qué tanto escándalo, tanta polvareda, tanto guirigay y tanto rasgarse las vestiduras. ¡Como si la barbarie nos fuera tan ajena, caramba! Cien, doscientos, quinientos neardentales acosan y alancean a un toro. Los mismos, ellos por ellos, que aplauden y se regocijan, y vociferan y babean en las plazas, petacas de soberano para ellos y ellas (bueno, ahora se lleva más la Bombay, que me pierdo en el tiempo), abanicos primorosamente decorados, para ellas y ellos, que se abanican y trasiegan y ríen ante la sangre caliente y las vísceras que palpitan.
A qué tanto aspaviento cuando seguimos poniendo alambre de espino en las fronteras, cuando hacemos de las cuchillas un escalofrío en la noche. Cuando propiciamos tumbas de ocasión en las cunetas. A qué tanto escándalo cuando consentimos que las bombas, las metralletas, las minas aún sigan ahí cuando alguien despierta. Cuando somos nosotros los que vendemos las balas y las pistolas. Cuando somos nosotros los que propiciamos la puñalada trapera, el misil destazador, la puñetera bomba de racimo.
Hay niños que lloran el óxido de las concertinas, niños que mueren como Alfonsina en un mar de calma y vileza. Sólo hace falta una foto para que nos horroricemos, pero es que hay cientos de miles de fotos del horror en pantalón corto que nunca llegaron a nosotros porque nunca se hicieron.
Hay pobreza, una descomunal pobreza que seca el cielo de la boca, enmohece la piel de las mandarinas, reseca mondas de melón. Hay horror a manos llenas en un cubo de la basura. Miradas que claman al infierno de los cielos, al asfalto donde esconden la vista cuando alguien se acerca porque hurgan en la puta mierda que los demás desechan.
Hay gobiernos que nos roban, nos desahucian, nos parten la inocencia y el alma en dos, cenicientos, campechanos chupacabras con corona de latón, cientos de miles de abonados, lameculos todos, asesores de la nada a la lumbre del poder, la carrera mejor pagada, laberintos del minotauro que son los bancos, esos nuevos altares, donde todos los días sacrifican a cientos de ciudadanos en una pira de oro y de barro y de sangre.
A qué tanto espanto si de Atapuerca para acá todo es un puto círculo vicioso, un impúdico círculo infernal.
Salvemos, sí, al toro de la Vega, Tordesillas, Atapuerca, o sea. Pero quién coño nos salva a nosotros.
No preguntes por quién doblan las campanas. No sólo doblan por el toro Rompesuelas. Doblan por ti, que no te enteras, carajo.