Un corazón tendido al sol

Se acabó agosto, tanto si queremos, como si no. Como dice la tía Luisita: “Ara dos tronades i s’ha acabat l’estiu”.

Hay quien se sentirá atribulado por tener que despedir los ociosos días de las vacaciones estivales. Otros, darán jubilosos la bienvenida a septiembre con su sosegada rutina, como si ir todas las mañanas a la playa y todas las noches al chiringuito, fuera el súmmum de la novedad. Pero la mayoría, se encontrará con la vieja sensación de sentir, ora una cosa, ora la contraria. No es extraño, muchos finales son ambivalentes, encierran emociones o sentimientos contrapuestos. A agosto le pasa como a los amantes exclusivamente pasionales, que “ni contigo, ni sin ti”. A mí me ocurre. Miro hacia atrás con la sensación de perder “un tiempo de rosas”, como escribió Serrat, pero me enfrento a septiembre con nuevo y renovado ánimo.

Suelo comprar agendas escolares, en lugar de las típicas anuales, porque mi año empieza en septiembre. A la agenda del curso 15-16, le he arrancado ya las hojas que para mí son superfluas. La primera, donde te insta a dejar tus datos personales: nombre, apellidos dirección, teléfono, edad, curso… ¿edad, curso… en serio?

Después vienen una serie de hojitas con diferentes mapas, pero ya me he acostumbrado a buscar los datos que necesito en San Google y quiero aligerar el peso de la libreta, así que van fuera.

Las siguientes hojas tampoco las necesito: comunicaciones del centro a los padres (más quisiera); horario escolar, con intervalos para el recreo (con remembranzas de “Paro-disparo” y revuelo de uniformes azul marino); tabla para anotar las calificaciones de los exámenes… Todas son arrancadas con cierto deleite, hasta llegar a la que contiene el calendario del año en curso por delante y el del esperado venidero por detrás. A esa única hoja indultada, le sigue el futuro, que comienza en septiembre.

Adelgazo mi agenda, mientras me recuerdo que debo hacer lo mismo con mis kilos extra. ¡Ojalá fuera tan sencillo como rasgar el papel para separarlo del gusanillo metálico!

De todas formas, aunque sea a base de insulsas lonchas de pechuga de pavo y tristes bolsas de lechuga pre-cortada, pre-lavada y “pre-antipática”, una de las primeras tareas, es la de reponer la nevera, y de eso venía el otro día, cuando al ir a subir al coche, un pequeño objeto metálico en el suelo del parking, llamó mi atención.

Me agaché a recogerlo y observé que era un colgante con la forma de medio corazón. El colgante no era de metal noble. Tenía marcas en su superficie, producidas por el uso y mantenía la anilla para ser colgado de una cadena o cordón. La anilla estaba intacta, lo cual me hizo pensar, que no se había perdido, sino que, deliberadamente, había sido tirado al suelo.

Mi propio corazón se quejó un poco con ese pensamiento. ¿Cómo se sentía el dueño o dueña de ese sencillo abalorio de bisutería, cuando decidió desprenderse de él? ¿Se puede arrancar el amor, el recuerdo de algo que una vez fue hermoso, como el que arranca hojas de un cuadernillo? ¿Habría encontrado otro medio corazón, para reponer el usado? ¿Estaba aliviado por haberse deshecho de lastre inútil? ¿Se arrepentiría?

Tres veces estuve tentada a recogerlo del suelo. Las dos primeras, para adoptarlo; la tercera para depositarlo en una papelera y ahorrarle la vergüenza del público abandono. Pero no lo hice. ¿Qué podría hacer yo con medio corazón que no me pertenecía? ¿Y si alguien volvía a ese hueco del aparcamiento a buscarlo?

Al llegar a casa empecé a leer las noticias. De pronto, me tropecé con la foto del “niño de la playa”. El cuerpo sin vida del pequeño niño sirio. El culmen de un horror que ya dura demasiado.

Y hoy, he escuchado a otro pequeño sirio. Tiene unos preciosos ojos claros y una voz firme, a pesar de todo. Pide que por favor, ayuden a los sirios. Pide que paremos la guerra, porque en realidad no quieren venir a Europa. El sólo pide: “Parad la guerra en Siria”.

Escucho estos días describir, adjetivar, exponer el conflicto. Horror, impotencia y vergüenza son sólo algunas de las palabras más repetidas, pero me parecen viejas, manidas, sobadas, insuficientes…

Y no puedo dejar de pensar en ese corazón roto, partido, fraccionado. Tirado en un rincón de un parking.

Quizá sí lo tendría que haber cogido, porque hoy podría mirarlo y no necesitaría poner palabras a lo que siento.

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