El dilema de los pactos
Era ayer cuando se estableció de forma civilizada el acontecimiento. Vino aquel domingo de las elecciones, el día en que los ciudadanos cautelosos y en tropel depositaban las papeletas en las urnas relucientes con el hechizo de la esperanza funcionando en la gran jornada de la democracia. Después, con la noche en vilo, sumando votos, se iban consolidando victorias y derrotas.
Con los certificados electorales en la mano ya se fraguaban los pronósticos acertados, la derecha estaba recogida en sus tristezas, las pretensiones de los nuevos partidos eran llevadas al jolgorio de los abrazos, las ilusiones ciñendo en la noche grata de los proyectos, de cómo se va a poner a punto el relevo de sus argumentos, entrelazados de quimeras y sueños, de palabras resonando a borbotones con juicios loables y limpios, esas ideas que quieren establecer la equidad del sentido común que clama el ciudadano para que el municipio o la comunidad simplemente funcione.
Tan simple como eso. Después, los políticos triunfantes o desolados se buscaban en los despachos. Vino la tortura de los pactos y en ello estamos.
Con la aritmética de los números están ellos, los nuevos políticos, o los de siempre, vete tú a saber, formulando los poderes, lanzando ofertas, cambiando de posición, sembrando argumentos, ofreciendo el ungüento del pan y la justicia para los más desfavorecidos, añadiendo nuevas propuestas, todo un rosario de pretensiones loables para quedarse con la vara del mando y rematar de una el ejercicio de las vanidades que también gusta a estos señores que dicen estar al servicio de los ciudadanos.
Da que pensar que resulte tan difícil ponerse de acuerdo. ¿Será que los argumentos no convencen o que se ha lanzado un barroquismo expresivo de utopías difíciles de llevarlas a cabo? ¿O que la política es una aventura y algunos políticos son gente sin preparación que se acopla a su servicio para tener una desahogada nómina y así escapar de sus insalvables mediocridades?
Es lo que pensamos a la vista de lo que acontece. Los pactos son un dilema y los personajes con quien se pacta toda una expectación. A ver si en lo sucesivo nos arrepentimos de votar cuando comprobemos la realidad fría de sus resultados o la incapacidad a largo tiempo de sus gestores.
Porque la identidad de la confianza se fraguó aquel domingo, ya pasado, con el hechizo de la esperanza consolidada en un voto.
Cada cuatro años se usa la misma cantinela del cambio. Tiempo nuevo, claro que sí, moral pública, que los corruptos paguen sus fechorías y devuelvan el dinero robado. Y servir al ciudadano en el papel duro de la política. Como una vocación, no como una caricatura de las vanidades.
Y es que sobran argumentos para alcanzar la perfección, pero faltan héroes para lograr los propósitos y sus dignidades. Este es el verdadero cambio. De lo contrario percibimos que la historia se repite con sus veleidades y engaños, y el ciudadano, como siempre, es el rehén de sus propios sueños.