Trons

Pólvora en el viento. Todo en el aire es trueno. Alcoy se desangra a cañonazos. El centro es una nube artificial y cenicienta. El día se enciende y se apaga con rachas de aire y marcea en la ciudad violentamente.

Es lunes, el último día de la fiesta.

Me quedo en casa como todos los alardos oyendo los castañazos que ahorman las paredes. Estoy en casa con mi chico y a mí ya me va pudiendo ese estado de semi-menlancolía que anuncia el final de algo grande que da paso a la machadiana monotonía de las horas.
Si a bien han tenido ponerse a leer este delirio, ahora, he de decirles que ustedes están padeciendo el síndrome del confeti. El confeti, este año más morado que nunca, resiste lluvias, tempestades y escobas de barrendero, y se queda meses con nosotros, agarrado a los adoquines y a la sombra de los rincones. Son el triste despojo de una felicidad transitoria, los cadáveres a todo color de las ilusiones y las expectativas.

Es la hora de comer y hoy toca homenaje. El fragor de la batalla da paso a un silencio que inquieta. Crepita el aceite hirviendo donde vierto las patatas, donde se metamorfosean los huevos. Mi niño y yo llamamos homenaje a esto, a este simple banquete de dioses. Y nos sentamos a comer.

Y ronronea la tele, ese apéndice enquistado que marca nuestros días. Pugnamos entre las noticias y “La que se avecina”. Casi siempre gana mi Alejandro que prefiere la ficción casposa a la realidad truculenta pero, hoy, el principito se siente generoso y deja que vea las noticias. Me como con patatas la atrocidad del terremoto de Nepal. Siguen saliendo cadáveres calientes de los escombros. Siempre la fatalidad se ceba más enconadamente con los que tienen un cartón por techo, un mazacote de adobe por vivienda y una pared de terracota aprisionándoles el alma. Fundido en negro y siguiente noticia. La candidata a la alcaldía de Madrid, la dama de hojalata, la menina boba y endiosada del régimen, Esperanza Aguirre, quiere barrer a los pobres noctívagos de las calles de Madrid. Dan muy mala imagen. Pobres durmiendo en colchones mugrientos y que tanto mal le hacen al turismo. Esta vez engullo la última papa frita con una lágrima de rabiosa impotencia. Sobra cualquier comentario. Por navidad, siente a un pobre a su mesa pero después, mire usted dónde lo deja.
Más caña/coña nacional. Rodrigo Rato, amnistiado fiscal, tiene veintiséis millones de diminutas ferocidades espolvoreadas por ahí pero solo declara calderilla, apenas las vueltas de una mariscada. Total que el monto a pagar, la multa, la condena viene a ser de catorce mil eurines de nada. Con eso, se hace una permanente en cualquier barbería de Madrid a las dos de la mañana.

La cúpula de la caja del Mediterráneo, con un pie en el trullo. Cinco años se pide para Bárcenas y Lapuerta. La fiscalía no ve delito fiscal en el PP. Los chivos expiatorios balan desesperadamente a la luna.
El ruedo ibérico está hoy más que nunca poniéndole una vela al surrealismo de André Breton y otra al esperpento de Valle Inclán, cadáveres exquisitos que, de volver a este mundo en un volteo de metáforas y barbas, volverían a arrellanarse gustosamente en la tumba.

Lo cual que le doy la razón. Miro a mi hijo un poco avergonzado y le paso el mando de la tele. Pon lo que quieras.

Vuelven espingardas y arcabuces a cloquear sobre Alcoy a dentelladas de pólvora y estruendo. El aire se tiñe con el aceite del pintor Cabrera. Al-Azraq está a punto de sucumbir y un servidor de ustedes se va a la siesta por ver de aliviarse la migraña.

Feliz final de fiesta a todos.

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