Seres humanos normales
Dice el adagio popular que quien mucho habla mucho yerra. Lo malo es cuando el error no es tal, sino una descarada declaración de intenciones o una férrea convicción, ni siquiera una traición del subconsciente. Según nuestro nada frívolo presidente Mariano y poniendo en orden su última soflama, quien no vota al PP no es un ser humano normal. Hay que dejarse de frivolidades, amateurismos, populismos y demagogias y buscar el voto de los seres humanos normales, dice trasojado, que los espasmos oculares no sólo le delatan cuando miente sino cuando dice tonterías de cierto fuste. Yo no sé en qué grado de anormalidad me encuentro pero, cuando he leído las declaraciones de tan insigne patriota me ha entrado la manía de que debo ser de una anormalidad apabullante teniendo en cuenta que mi voto va a parar casi siempre a los verdes, al partido pro-porro o al anti-taurino. De modo que entre que no acabo de normalizarme con nuestro valenciano (¡que me aspen si soy capaz de sacarme el elemental!) y que no soy votante del PP, me está entrando un complejo de ameba o de paramecio o de cualquier otro raro bichejo unicelular, que no levanto cabeza, tú. A lo peor soy un replicante al más puro estilo Blade Runner, y no lo sé.
También dice el resabio colectivo que todo el mundo tiene derecho a decir o a hacer majaderías durante cinco minutos al día. El mérito de un ser humano normal estriba en no sobrepasar ese tiempo. Cuando decir o hacer tonterías se dilata hasta cuatro años entramos ya en los terrenos pantanosos del despropósito más cerril que acarrea indeseables consecuencias. Una de las más sangrantes, de las más crueles, es ver a un ciudadano normal, anormal o mediopensionista hurgando en un cubo de basura. No es normal. Como no es normal mandar mensajes de apoyo y aliento a un delincuente, como no es normal justificar el pago de la soldada al mismo delincuente haciéndola pasar por una indemnización en diferido en un hilarante galimatías, ni incumplir el programa electoral, ni dejarse morir gente con el hígado como un piano de cola por no dispensar medicamentos, ni desahuciar, ni acabar con el derecho de huelga en una ley mordaza que concede la patente de corso para que los antidisturbios se conviertan en despiadados mamelucos, ni acabar de un plumazo con años de lucha sindical, ni permitir que los comedores sociales se colapsen, ni hacer maquillaje del paro con contratos basura, ni estar en el culo del mundo en educación, ni reventar la ilusión, la dignidad y las ganas de vivir a un país al que han vuelto a vestir de peineta y mantilla y sobre el que nieva copiosamente caspa de antiguos regímenes. No es normal.
Termino con un penúltimo lugar común: siempre habla quien más tiene que callar. Efectivamente, no debe don Mariano acabar su paso por la triste historia de España con arengas que no se le ocurren ni al que asó la manteca, muestra fehaciente y corolario de su desastrosa gestión. Cálcese su excelencia el manteo de la humildad a modo de despedida, entone un mea culpa, no diferencie a unos ciudadanos de otros, que está muy feo y cuide sus últimos discursos no vaya a ser que su búsqueda desesperada de votos se convierta en un insalubre, esperpéntico e insufrible ejercicio de cinismo. Y pido perdón a quien pudiera sentirse herido por estas palabras que nos son sino fruto del derecho al pataleo al que nos acogemos los humillados y ofendidos que, a fuer de cornudos, somos vilmente apaleados y que, amén de putas, hemos de poner la cama. Fin del refranero.