Las flechas del amor
Aquí está, viene ya tan feliz,
con sus flechas de amor para ti,
quizás también para mí,
si también para mí.
Pobre Karina… ¡Tanto cantarle a Cupido y va el angelito y le racanea una de sus famosas flechas! Dos matrimonios y los dos fallidos. No importa, por eso no hay que alarmarse, le puede pasar al más pintado. Lo que es imperdonable es que le pusiera en su camino a un peluquero de Castellón que no le hizo ni una sola vez la permanente. Qué lástima… ¡Para cargarse al ángel a flechazos!, pero de las de plástico de Sant Jordiet. Así…, haciéndolo largo, recreándose…
Karina es solamente una de tantos artistas que le han cantado al amor. ¿Hay alguno que no lo haya hecho? No lo sé, pero supongo que no. El amor es un concepto que a los artistas les mola mucho, porque levanta pasiones —nunca mejor dicho— En cualquier rama del arte nos podemos encontrar expresiones de amor o sus derivados: Celos, desamor, deseo…, e incluso odio, que suele proceder del amor; corrompido desde luego, pero amor al fin. Ya saben, eso de: “De aquellos barros…”
Respecto a Cupido… me pilla en un momento y una edad en el que se me queda cortito. El niñito rubio, con tirabuzones y manos regordetas, con una venda en los ojos y un pañal entre las piernas, ese dios voluble y caprichoso, que lo mismo dispara flechas con punta de oro —para conceder el amor— que con punta de plomo —para sembrar el olvido y la ingratitud en los corazones— se lo dejo a los adolescentes y a los adultos que han perdido el norte. Yo prefiero a su hermano, el dios Anteros, que es el dios del amor correspondido y la pasión.
No sé bien cómo explicarlo. Digamos que si tuviera que elegir un emoticono, me inclinaría antes por la carita de la sonrisa franca —esa que transmite tranquilidad, seguridad y bienestar— antes que aquella a la que le salen corazones por los ojos, porque corazones o vendas es lo mismo. Al final, no ves las cosas con claridad.
El amor primerizo (no hace falta que sea el primero, basta con que sea reciente) es también primario, se rige por instinto y actúa por impulso. En ese estadio cualquier paso que se dé, cualquier palabra que se diga, cualquier gesto, mirada, caricia… es un acontecimiento y los acontecimientos son momentos excepcionales, por lo tanto no debemos esperar que duren. Una vez que la punta de flecha de oro empieza a perder su brillo, comienza la fiesta. Hay que poner toda la carne en el asador, porque guardar algo para el congelador —por más que sea helado de nueces de macadamia— no vale; hay que darlo todo.
Por supuesto, eso no significa que haya que instalarse en un espacio de seguridad en el que nunca saltan chispas (sería de bostezo largo) pero en lo que a mí respecta, que no me den sustos tampoco, que me dejen con mi hipo.
“El amor es la droga” cantaba Bryan Ferry en 1980 y, como todas las drogas, los efectos disminuyen con el transcurso del tiempo, así que la química del amor necesita renovarse a diario, no seamos vagos en esto. Hay que agachar el lomo y colocar otro tronco en la chimenea, si no queremos que se apague el fuego. Cierto que si la madera es buena, quedarán rescoldos por algún tiempo, pero al final no hay magia, los “polvos flu” solo existen en el mágico mundo de Harry Potter. Así que; “más madera…”
Y hablando de calor y de fuego… hoy se estrena la película “50 sombras de Grey”. Yo estoy a cuadros escoceses observando el revuelo que se ha montado. Ya me quedé descolocada con las novelas por varios motivos. El primero porque fueran “novelas” en plural. Al principio creí que era admirable que la autora hubiera podido alargar la historia hasta convertirla en trilogía, pero eso no es tan raro. Recuerdo una fotonovela radiofónica de mi niñez: “Lucecita” se llamaba. Incluso —por poner un ejemplo actual— podríamos pensar en la serie “Cuéntame cómo pasó”. Se trata simplemente de alargar por alargar, aunque en el ejercicio del alargamiento se note el dobladillo y quede feo; si el consumidor consume, ¡ole!
Con Cuéntame se han pasado veinticinco pueblos del tamaño de Sagrillas, sobre todo porque ya hace tiempo que no nos cuentan cómo pasó. Habrá a quién le guste la serie, ¡perfecto!, pero que le pongan otro nombre, que no nos engañen.
A 50 sombras es que no le he pillado el punto. Bien es verdad que ni siquiera terminé el primer libro. Pasados los primeros capítulos erótico-festivos (que sí, que tienen un puntito) empezó a costarme mantenerme despierta y de ahí a compararla con otras películas y novelas; “Lolita”, “Por siempre Ámbar”, “El Imperio de los Sentidos”, “Nueve Semanas y Media” o “Justine” del Marqués de Sade fue inevitable.
No me gustó lo que leí, lo poco que leí. Y no me gustó porque creo que es más una historia sobre las filias y fobias de un millonario que un libro sobre pasión. A mí es que me parece que el dinero es capaz de ensuciarlo casi todo y una pareja unida por la pasta es algo tan viejo como el mundo, así que no me impresiona.
Ya sabemos que el dinero es un embellecedor, igual o más efectivo que el alcohol. A los amores de barra, a los que se han forjado al calor del amor en un bar, a los que han sido heridos por un cupido con resaca no les va a gustar este chavalín tan guapo, tan alto, tan millonario, pero también habrá quien aprovechará la venda que se le cayó hace un tiempo de los ojos para atarla a las muñecas de su pareja e intentar disipar alguna de sus sombras.
¡Suerte!
Ya sé que hablar ahora de niños no pega nada, pero permítanme que les deje algunas respuestas que a la pregunta “¿Qué significa el amor?” contestaron algunos chavales de entre
4 y 8 años.
“Cuando mi abuelita empezó a padecer artritis no podía pintarse las uñas de sus pies. Así que mi abuelito se las pintaba todo el tiempo”
“Cuando una chica se pone perfume y un chico se pone masaje y salen y se huelen”.
“Cuando le das a alguien tus patatas fritas, aunque tengas hambre”
“Cuando mi mamá hace café para mi papá y prueba un poquito primero antes de dárselo a él, para asegurarse de que sabe bien”
“Cuando le dices a un chico que te gusta su camisa y él la usa todos los días”
Que pasen un feliz día.
P.D. La radionovela “Lucecita” vivirá siempre en mi recuerdo. No sé de qué iba, pero la asocio a la hora de la merienda, en mis vacaciones, en un pueblo de Sevilla y tiene el sabor y el olor de la leche recién ordeñada.