Dividir
Si algo distingue a Óscar Cano es que es gato viejo en esto del fútbol y será difícil pillarle un momento de flaqueza, porque se las sabe todas. Cuando más fea se ponga la situación, más a gusto se va a encontrar y más crecido estará, aunque demuestre lo contrario. Tiene salidas para todo. Le basta con tirar del amplio manual que le ha dado sus dos décadas en banquillos de la categoría. Mientras que a otros les podría dar dolores de barriga por los nervios, él se queda tan pancho porque tiene en la piel las suficientes escamas para que cuando las cosas le vengan mal dadas, acaben afectándole lo menos posible. Es capaz de ver como a su equipo le cascan cuatro goles, como le sucedió al Deportivo la jornada anterior en casa del Huracán, y ni inmutarse. Bastó con tirarle la culpa a Jero, decir durante la semana que es un chaval de 18 años que está soportando una gran presión y elogiar luego a Diego García, diciendo que hizo un partidazo en un amistoso contra un equipo chino, y aquí paz y allá gloria. Ya nadie se acuerda de los cuatro roscos en Torrent. El domingo, consciente de que le iba a caer la del pulpo tras el partido contra el Olímpic, en vez de irse hacia el vestuario y pasar el calvario de escuchar toda clase de improperios por parte de la afición, se fue a paso ligero a mitad de campo a felicitar uno por uno a todos los jugadores del equipo y así pasar lo más inadvertido posible al abrigo de sus pupilos. Mientras él trataba de escabullirse como pudo, otros aficionados se giraban hacia el palco pidiendo la dimisión de Juan Serrano por primera vez desde su llegada a la presidencia. Quedaba un último trago, la rueda de prensa, y cuando se le preguntó por el comportamiento de la afición, tiró de ironía diciendo que había escuchado menos pitos que en las otras veces. Óscar Cano sabe que cuando más división haya a su alrededor, algo que ya consiguió a nivel de plantilla, mayores posiblidades tendrá de salir airoso en su cruzada de salvar el cuello.