Peña el Bon Humor

De pronto se corta la conversación, todas las conversaciones. Atronan la música, el tambor, los platillos y el timbal, y el local se convierte en el bullicio ficticio de San Nicolás en plena fiesta. Forman los cofrades en apenas cuatro metros, se pasan el testigo de cabo y miran sonrientes al techo buscando arrancar reconocimiento y aplausos a los fantasmas o a las arañas del polvo. La Peña el Buen Humor es la afabilidad y el buen rollo, la camaradería y la alegría buscada y un poso de tierna melancolía que invade el aire. Es el recordatorio sabático de algo grande que cabalga el mes de abril, todos los abriles sobre Alcoy.
   Me dicen que la peña lleva metiendo ruido setenta y cinco años. Setenta y cinco años celebrando la vida con una mezcla de pasión por la música, por el roce humano y por esa parte hedonista que todos llevamos dentro y que, en más ocasiones de las precisas, reprimimos por pura inercia. Últimamente me siento muy regalado y arropado por estos entrañables goliardos y yo me dejo querer con no poca gratitud, que a nadie le amarga el dulce de olvidarse unas horas de las miserias de este bajo mundo. No se habla de política, ni de corruptelas, ni de lo jodido que anda todo por ver de no estropear esa ceremonia de lo intrascendente donde se comulga con sepieta, croquetas de bacalao y un golpet de café de feta o dos si sabe a poco.

   El sábado pasado volví a ser convidado y no de piedra precisamente, que el que allí llega es tratado con esa hospitalidad que sólo se da en el reino de la utopía. En frente de mí, Paco Aznar, caballero humanista del casticismo alcoyano. Paco lo mismo vale para un roto que para un descosido. Paco Aznar se ha convertido en su propio personaje, no en vano, en breve, en el teatro de los Salesianos, se interpretará a sí mismo en una obra de teatro que no deben perderse.

   Camilo Vercet  tiene la sonrisa en los ojos, la caricia sesgada y el abrazo pronto y apretado. Pasar por la vida dando cariño a destajo debería estar tipificado como motivo de santificación, como poco.
   Jordi “Parreta”, hombre multiusos, menestral del bricolaje, gentilhombre al que toda la bondad le cabe en su semblante de tribuno.

   Armando Soler, presidente y la viva imagen de la elegancia y el saber estar y así hasta ciento y pico parroquianos, cofrades, socios, cachondos, afables goliardos que saben ver el lado positivo de la vida y que no cambian una buena marcha mora por todos los Carmina Burana del mundo.

   A última hora se dejó caer por allí Jorge Cerdá Gironés, uno de los últimos románticos pintores que aún cargan con su caballete y sus pinturas para plantarse en medio del campo y capear el morlaco de la naturaleza en cueros vivos, a golpe de aceite, pigmento y pincel. Cerdá Gironés fue el último autor del cartel alternativo que todos los años adorna las dependencias de la peña. Pues bien, me cabe el honor y el orgullo de participarles que el de este año correrá a cargo del pintamonas que esto escribe. “Ja vorem!”.

   Gracias, queridos amigos por confiar en mí y por las mil mercedes que de cuando en cuando me hacéis. Y no perdáis nunca ni el  buen humor ni vuestro cómico, distendido, cachondo sentido de la vida. Abrazos.

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