La arruga es bella

Dicen algunos hombres, –algunas mujeres también– que la arruga es bella, mientras se dedican a mirarle el culo a los que no tienen ninguna. Nada que objetar, creo que cada cual debe mirar lo que más le convenga, interese o prefiera. Eso sí, si tiene un mínimo de categoría, se abstendrá de hacerlo delante de otra mujer u hombre, que el respeto, es el respeto y comparar es muy feo.
Arrugas, todos vamos a tener, antes o después, la diferencia estriba en por qué, cuándo y cómo van a salir.

Mi primera arruga surgió a raíz del esfuerzo que tuve que realizar en mi primer parto. Fue muy curioso, porque también se me rompieron todas las capilares de la cara y cuello, así que durante unas horas fui una pecosa postiza.

Pasadas las primeras horas de sorpresa, de felicitaciones, de asombro, de no encontrar nombre que poner al sentimiento que estaba viviendo… por fin me quedé a solas con aquella criatura tan frágil y –por cierto– arrugadita. Y fue entonces cuando tomé conciencia de que la maternidad era como un huracán. Aunque llegó el día previsto, arrasó con todo a su paso y sólo quedaron algunos vestigios de lo que yo era antes de tener a aquel primer hijo.

Nunca pude retomar mi vida donde la había dejado, en el punto anterior a aquello. Pero decidí que prefería disfrutar de otras cosas, entre ellas ser madre. Y así lo hice, todo el tiempo, aunque trabajaba fuera de casa.

Mi madre, –¡Ay las madres!– me ayudó un montón. Pero curiosamente, ella parecía rejuvenecer a la par que yo encontraba todo preocupante. “No sé si toma bastante bibe”, ”No sé si debe dormir boca arriba o boca abajo”, “No sé si es mejor la pomada o el talco…” Y cuando le preguntaba, lo único que me decía era: “Hija, yo no me acuerdo de nada”, al tiempo que le hacía pedorretas en la barriguita a su nieto y ambos se partían de la risa.

Tener hijos supone renunciar a millones de cosas, a preocuparte por nimiedades, a dejar de dormir de un tirón y –lo que es peor– a dejar de dormir como si no hubiera mañana, porque a partir de entonces, el mañana siempre son los hijos. Y los hijos montan en patines, suben en motos, se sacan el carnet de conducir y se van a Ibiza de “fiestuki”. Y todo eso va dibujando arrugas en tu rostro. Sí, parece un rollazo, pero no lo siento así, simplemente elegí disfrutar de otras cosas.

Espero haber sido perdonada por haber olvidado poner el equipaje en sus mochilas alguna vez, o por permitir que descubrieran al ratoncito Pérez en plena tarea de cambiar diente por monedas. O por devolverles las notas sin haber firmado… Y es que jamás he sido perfecta, a las perfectas no les salen arrugas. Yo, sin embargo, les repasaba la lección mientras ponía lavadoras y a veces les daba yogur de postre, porque no tenía tiempo para pelar la fruta… Estaba planchando los equipajes, esos que luego no metía en las mochilas, porque corría a descongelar el pescado para el día siguiente.
Y tuve que “pasar” de llevar las uñas perfectas y lo de la mascarilla semanal, pasó a la historia. Sin embargo, en cierta ocasión leí que “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Y me lo creí, porque mi madre alguna vez se saltó también una ración de frutas, pero me ayudó a escribir mi historia, con todas mis manías, mis locuras y mis fallos. Creo que lo único que un hijo espera de una madre es que esté siempre ahí; lo demás son paparruchas, literatura barata.

Las arrugas cuentan historias, suman acciones y la mayoría de las acciones que llevamos a cabo en nuestra vida, no tienen vuelta de hoja. Se ha escrito muchísimo sobre el tema. Hay verdaderos montones de frases, artículos, hasta libros completos que hablan del asunto. Cuentos con moraleja, pensamientos, poemas…

Me viene a la cabeza aquella historia en la que se pedía a alguien que arrugara una hoja de papel y luego se retaba al “arrugador” a que la dejara exactamente igual a como estaba antes. Ante la imposibilidad de conseguirlo, se hacía una comparación entre la hoja y la vida del ser humano, con su moraleja, que aconseja no “arrugar” a nadie, porque ya no seríamos los mismos.

¡Me ca’… chis en la mar! Ahora entiendo muchas cosas. Mis patas de gallo no son debidas al lógico y natural transcurrir de la naturaleza, no son responsables mis hijos, ni mi trabajo, ni mi marido. Son por culpa de las tarjetas opacas. De la limpieza étnica y religiosa en Irak, donde el Estado Islámico decapita de manera sistemática a los niños y clava sus cabezas en estacas, mientras sus madres son violadas y asesinadas por ser cristianas. Se deben a la estulticia de Marianico, cada vez más corto. Al rostro… ¿cómo llamarlo…? Pálido no puedo, porque no lo es, pero el indio lo hace estupendamente, me refiero a Jonqueras, claro. Y son por culpa de Sortu, que ahorcan y luego queman un muñeco vestido de Guardia Civil y detrás a la bandera de España y ¡aquí no pasa nada, oiga! Y son porque ya no me va a quedar ni siquiera el placer de cantar “Com un arbre nu” de LLuis Llach, ni de pensar que Guardiola está muy bue…, digo, es muy guapo por culpa de la ANC, que quieren llevarlos en su “lista” para el nuevo país catalán.

Que no, que no, que con estas historias, –y me dejo mil– no hay lifting o estiramiento facial al que someterse.

…Y Mariano a por uvas.

P.D. Habrán ustedes leído o escuchado, que Facebook y Apple ofrecen a sus empleadas una polémica ayuda a la conciliación entre familia y trabajo: pagarán la congelación de óvulos a aquellas mujeres que lo soliciten. Bueno. Vale, solo que eso no es “conciliación”. Eso es obligar a las mujeres a ser madres cuando no sean lo suficientemente “buenas” para rendir a tope en el trabajo. Seguro que para entonces aún podrán ser buenas madres, con arrugas, pero buenas.

Pregunta capciosa: ¿Veremos en Silicon Valley carteles de los pro-abortistas de “En mi cuerpo mando yo”?

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