El apagafuegos

No entendí a Óscar Cano cuando llegó al Alcoyano y sigo sin entenderlo cuando estamos en el tercer mes de su estancia en nuestra ciudad. Sigo sin comprender sus reacciones. Llegó como Atila, arrasando con todo aquello que olía a pasado (no sé si por iniciativa propia o por recomendación de otros), como tratando de decir “aquí estoy yo y a partir de ahora se va a hacer todo como yo digo y me da en gana”. Y lo único que consiguió fue entrar en el Alcoyano como lo hace un elefante en una cacharrería, incitando a que más de un aficionado se preguntara “quién es este Óscar Cano, de dónde viene, a quién ha hecho campeón”, y le tomaran la matrícula. La afición del Alcoyano es sabia, tiene el culo pelado de ver pasar entrenadores por ese pasillo del Collao, y llega a perdonar pero no olvida. Un buen ejemplo fue ver lo que sucedió el miércoles ante el Lleida. Cuatro minutos antes del gol de Joan Vich, Óscar Cano se llevó la bronca de la noche por hacer un cambio de cromos, Alfaro por Bello. Luego dijo que el jerezano estaba con molestias. Después del 1-0, mandó entrar a César Remón para dar mayor jerarquía al juego del equipo y el capitán fue recibido con aplausos. El público del Collao demostró con estos dos gestos que no está con su entrenador y sí con el equipo y sus jugadores. Óscar Cano lleva ya un tiempo bajo sospecha y se le empieza a terminar el crédito. La afición y el entorno le mira con lupa. Su palabrería, que es fluida y hasta puede gustar, cada vez chirría más. No es que este Alcoyano no enamore, empieza a cabrear, hace hasta daño mirar la clasificación y verlo penúltimo con 8 puntos de 27 posibles. El domingo, nada más terminar el partido de la Feixa Llarga, las redes sociales se inundaron de “¡Óscar Cano dimisión!”. Pero me da que en esta historia no es el único culpable. Se cegó al ver el nombre del Alcoyano y la posibilidad de salir del grupo andaluz para entrenar en el tercero, y cuando se ha dado cuenta de la realidad, de que detrás de esa oferta había gato encerrado, ya era demasiado tarde al ver que no era oro todo lo que le prometieron. Desde entonces ha tenido que hacer más veces de apagafuegos que de entrenador, aunque también es verdad que más de un incendio lo ha provocado él, unas veces por su forma de pensar y otras por desconocimiento de dónde se ha metido.

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