Panorama de regreso

Esta trashumancia estival con la gloria efímera del ocio dejando pasar los días de agosto ha tocado a su fin. Otra vez, ya llegado septiembre, cada cual se arremolina a sus tareas, el que las tenga. El ciudadano común se adentra como un cumplimiento algo gozoso a sus empleos ante la sombra amenazadora de los tiempos que corren. En épocas de bonanza, en estos días, se lanzaban proclamas de remedios ante una posible depresión post-vacacional por la incorporación a las tareas después de experimentar el néctar de la holganza. Ahora, con la necesidad y el tiempo tan desastroso que nos azota por los empleos, se percibe un movimiento de silencio por la posible queja, a lo sumo se deja ver un asomo de nostalgia por el tiempo de la dicha pasada, lanzando interiormente palabras de gratitud al conservar las prebendas y para que no se vulnere ninguna circunstancia desastrosa en los años venideros.

Regresan con los cuerpos morenos porque han sido rescatados del mar, han osado la preferencia de la libertad sin horarios, se han sentido fortalecidos con la realidad del prodigio por unos días ante lo distinto de las vivencias, como un tránsito hacia lo nuevo que siempre enaltece el ánimo. Eso es para los privilegiados de la escapada, merecedores, dicen, del descanso anual, después del trasiego de los percances, con sus consecuencias atravesadas de preocupaciones y sobresaltos, para volver con las pilas cargadas. Así lo argumentan como una expresión gramatical hacia el consuelo, usando ese argot dentro de una necesidad vital para proseguir, flotando entre corazas, en el quehacer de cada día.

¿Y qué nos deparará el nuevo curso? Estamos a merced de los ambiciosos hombres de las finanzas que marcan sus directrices a los políticos que lanzan sus arengas con el mito de la esperanza. Se estrenan después de la fascinación de los meses veraniegos con palabras de loor en el paraíso vulnerable de la propaganda: la economía como salvoconducto alborozado para disipar los malos olores, los funestos recuerdos, el hechizo de los capitales huidos, el Bárcenas recluido en el silencio de la cárcel, la patente infamia de destruir los discos duros de los ordenadores que servían de prueba ante el juez, atizando el plomo de posibles corrupciones del partido conservador. Eso si, para cambiar el descontento de los seguidores, se transmite el verbo amable de las palabras transcendentales que es lo que se quiere oír como una algarada de alegría para aliviar los malos momentos. Por eso los políticos quieren, en gran manera, olvidar el pasado de sus percances, para ello tienen calculado y bien regulado ante el aluvión de asesores que fascinan el movimiento del disimulo los pactos de silencio para mantener lo absoluto de los secretos. Usan la habilidad de perder la memoria cuando el magistrado irrumpe con preguntas comprometedoras para saber la verdad de las corrupciones y la fechoría del dinero escondido, pero el ciudadano cansado de tanto desconcierto ya no les cree. Después del verano ellos quieren apañar el enredo. Demasiados cabos sueltos sin atar que los gobernantes y sus portavoces, con sus rostros dorados por el sol del estío, quieren ordenar con la estrategia de las mínimas intenciones para salir del atolladero. Ahora los mandamases, también dicen, que no recuerdan los sucesos, que han roto los discos duros como un atrevimiento a favor del partido para completar el fin del desenlace al estar amparados por la ley. Todo esto y más que se ignora o se supone, alcanza a ser una prueba apagada, algo así como un relámpago siniestro en una noche ciega, ya que se sabe que esta historia al ser narrada es lo inverosímil de un verano efímero, cuando el mes de agosto ha servido de paréntesis para tanta desfachatez perfectamente organizada por tan cauteloso y ensimismado gobernante que se ampara todos los días por la mayoría absoluta de los engaños.

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